Centrar la atención en el valor de la comunidad alimenta la fe y la hace crecer y madurar. Un testimonio desde Alemania.

Desde que llegué a Alemania comprendí que el ecumenismo era algo que tenía que descubrir y entender de esta tierra. Durante los primeros años de párroco en mi zona conocí trece pastores evangélicos que reflejaban las tendencias más dispares, desde el párroco pietista hasta el más liberal que consideraba la resurrección un mito. Nosotros éramos minoría, dieciséis mil católicos sobre sesenta mil habitantes. El tema de la división de la Iglesia también estaba dolorosamente presente en muchas familias, con todas las variantes posibles. Estudiar la historia de la Iglesia y de la reforma, la teología protestante, fue importante para entender este mundo.
Algunos encuentros se han revelado después como un gran don. Por ejemplo, después de un funeral recibo una carta sobre la homilía que había hecho. No era una de las frecuentes cartas de protesta de alguno de los teólogos laicos de la parroquia. El presidente de la Alianza evangélica me agradecía que confesase mi fe en Jesús, hijo de Dios, resucitado después de la muerte en cruz y me aseguraba que me consideraba su hermano en la fe. Me pedía permiso para llamarme así, no Pfarrer Carlin, “párroco”, sino Bruder Carlin, “hermano”. Cuando se habla de ecumenismo y se discute sobre las relaciones entre evangélicos y católicos –a veces subiendo el tono de voz–, pienso en el señor Esau, en su carta y en tantos cristianos no católicos con los que he tenido la suerte de compartir el amor por Jesús durante los años en Emmendingen.
Desde hace seis años organizamos el Rhein Meeting en Colonia. Nació a partir de dos preocupaciones. La primera tenía que ver con el deseo de construir un lugar donde los adultos de nuestra comunidad pudiesen ser educados a dar un juicio que partiese de la fe sobre la sociedad, la Iglesia y todo lo que constituye nuestra vida. En segundo lugar, la posibilidad de dar a conocer la experiencia del movimiento de CL a los ponentes escogidos entre las personalidades alemanas cuyos libros, obras o intervenciones nos habían interesado.
Concluyo con una mirada sobre el futuro. Nuestra diócesis también se encuentra en un momento de grandes reformas debido a la crisis de vocaciones. El cardenal Woelki ha querido poner en el centro dos preguntas: ¿Dónde se puede encontrar la fe hoy? ¿Dónde encontrar una comunidad en la que dicha fe pueda después crecer y madurar? La parroquia hoy ya no es la respuesta, nos decía. Por tanto, no se trata de cambiarla para hacerla más atractiva sino de reconocer la presencia de una comunidad en la que la fe se vive y se comparte: en torno a una iglesia, en un grupo de oración del barrio, en un colegio o en un hospital, en una obra de caridad, en un movimiento u orden religiosa. Además, gracias al nacimiento de las Unidades pastorales, las parroquias se liberarán de las tareas de gestión administrativa y financiera, de modo que podrán tener más disponibilidad para celebrar los sacramentos, anunciar la fe, sostener la vida de la comunidad y ser lugares de encuentro. Nosotros estamos agradecidos de servir a un obispo que nos da libertad para ser lo que somos y que nos involucra en su preocupación misionera.

(Gianluca Carlin, 51 años, sacerdote desde 1995, es capellán de la escuela Elisabeth von Thüringen y de St. Ursula, en Brühl, Alemania. Imagen: vista de Colonia).

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