Un día, al empezar el verano hablaba con Klàra (una chica que viene a nuestra comunidad desde hace poco) sobre el matrimonio y la familia. Desde hace algún tiempo sale con un chico que no es cristiano y me hacía muchas preguntas sobre este tema. Yo intentaba explicarle cuál es el significado del matrimonio desde el punto de vista de la fe, que Cristo exalta la experiencia humana del matrimonio elevándolo a sacramento, signo de su amor fiel por la Iglesia, y las consecuencias que se derivan en la vida concreta de una pareja. Hablábamos de la relación entre familia y comunidad, de la educación de los hijos, etc. En un momento, tras un instante de silencio, Klàra me dice: «Intuyo lo que estás intentando decirme pero si pienso en las familias que conozco aquí, no me viene ninguna a la mente que viva según lo que me estás contando».
En ese momento entendí que no bastaba explicar estas cosas con palabras: tenía que darle a conocer personas que fuesen un testimonio vivo de lo que trataba de comunicarle. Así, además de sugerirle que conociese mejor a algunas familias de la comunidad que podían ser un buen ejemplo, pensé en invitar a las vacaciones de verano a una de las familias de la asociación de Cometa en Como. Describir lo que es Cometa en dos líneas es imposible. Solo digo que pensé en ellos porque al aceptar acoger o adoptar a niños en sus familias, son un testimonio luminoso de que la caridad que Cristo ha llevado al mundo puede ser una base sólida para la construcción de una realidad que, como ellos mismos dicen, es una ciudad dentro de la ciudad.
Con poco tiempo de antelación no fue fácil que una de las familias viniera a las vacaciones, pero finalmente Erika y Carlo pudieron venir a visitarnos. Aunque solo se quedaron con nosotros 24 horas, su presencia y su sencillo testimonio cotidiano como familia –de la que forman parte dos hijos naturales y tres de acogida– tocaron el corazón de todos, especialmente en nuestras familias jóvenes. No escondieron la dificultad que supone acoger a más hijos junto a los biológicos, pero nos decían que cuando abren la puerta a un nuevo hijo la están abriendo a Cristo, es Él quien va a vivir en su casa y, junto a la cruz, dona un plus de alegría y de gracia.
Klàra también estaba con nosotros en las vacaciones. No se podía creer que existiese una realidad tan preciosa como Cometa. Lo que más le sorprendió fue que la belleza que había percibido nacía de una disponibilidad vertiginosa a tener siempre abierta la puerta de la familia a Jesús. A finales de agosto acompañé a Klàra a Como. Volvimos a ver a Erika y Carlo, que nos enseñaron Cometa en vivo y en directo. A la vuelta, Klàra me dio las gracias y me dijo que a través de ese encuentro había entendido mejor lo que a principios de verano había intento explicarle con palabras.
No sé qué pasará con su camino pero estoy seguro de que nada podrá eliminar de su memoria la belleza que ha visto en esta joven pareja de esposos, que día a día construyen su casa sobre la roca de Cristo. Para mí, fue un don grande haberles conocido y estoy agradecido de poder haber sido el nexo de este encuentro.
(Michele Baggi, sacerdote desde el 2008, está de misión en Budapest. En la foto, el coro en los ejercicios espirituales de la Fraternidad de CL de Mitteleuropa).
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