La figura del padre Toufar, sacerdote checo asesinado bajo el régimen comunista: el amor a la verdad, una fe cierta y alegre.

No nos habituamos nunca a las historias que cuentan el sufrimiento de millares de personas que han estado perseguidas en Checoslovaquia por los regímenes que la ha dominado y devastado durante el siglo XX, el nazi primero, el comunista después. Algunas de estas historias, unas más que otras, nos sorprenden y conmueven.

Es el caso del martirio del padre Josef Toufar, un sacerdote muerto el 25 de febrero de 1950 a causa de las fortísimos golpes sufridos durante un mes de inhumanos interrogatorios por parte de los agentes de la StB, la policía secreta del régimen. Su biografía, Como si debiésemos morir hoy, publicada en la República Checa en el 2012 por el historiador Miloš Doležal, ha tenido un gran éxito: algunos de nosotros hemos sido rápidamente atraídos por la historia de este sacerdote que en el transcurso de su breve vida sacerdotal, poco más de diez años, ha logrado educar a centenares de jóvenes e imprimir una impronta de fe tan profunda que aún hoy influye en las generaciones contemporáneas.

En el origen de su arresto está un milagro sucedido el 11 de diciembre de 1949 en la iglesia parroquial. Durante la misa, la cruz del altar osciló tres veces, llamando la atención de los fieles y, en los días sucesivos, de muchos peregrinos. El padre Toufar es acusado de haber escenificado este suceso con objeto de acrecentar el interés por la Iglesia y así desacreditar la propaganda anti-religiosa del régimen. Para el Partido comunista era una ocasión de intentar debilitar la credibilidad que la Iglesia Católica aún goza entre los fieles. Sin embargo, la confesión de culpabilidad del sacerdote, a pesar del aislamiento y la tortura, no llegará jamás. El Padre Toufar dará su vida por afirmar la verdad. Aún hoy, los testigos de aquella época recuerdan cómo en poco tiempo, a través de su total donación a Cristo, el sacerdote convirtió pueblos enteros, en un momento en el que la ideología leninista tenía su mayor expansión, sobre todo en el campo checoslovaco.

Lo que más nos llamó la atención del padre Toufar, cuando en el 2012 leímos su biografía, es su fe cierta y alegre que le permitía encontrarse con todos, desde los niños a los ancianos, de los fervientes creyentes a los ateos más convencidos, y dejar en ellos una señal profunda. El padre Toufar no poseía especiales capacidades, no era un gran predicador o un fino teólogo, no era hábil en actividades deportivas o manuales. Estaba claro que la gente no lo seguía por sus dotes, sino por el fuego que en él ardía por Cristo, que era lo que lo llevaba a entregarse totalmente por todos sin perderse jamás a sí mismo. Las circunstancias de su muerte confirman lo que ya era evidente en su vida: que Cristo y la Verdad ante todo.

En el transcurso de este año, nuestra comunidad  ha comenzado a organizar una peregrinación a los lugares en los que vivió el padre Toufar, hasta la iglesia donde desarrolló su ministerio donde fue capturado y donde ahora reposan sus restos. Hemos querido dar a este gesto una amplia relevancia, proponiéndolo a todas las parroquias: una gran ocasión misionera que ha contado también con la participación de personas no creyentes, impactadas, sobre todo, por el orden y la belleza del gesto, por la comunión vivida que en esta belleza se hacía visible.

Lo que aún hoy sorprende de la vida del padre Toufar es su amor a la verdad. Lo que todavía nos conmueve de su muerte es que no ha querido declarar en falso porque sabía que así habría traicionado a Cristo.

Foto: Un momento de una reciente peregrinación de la comunidad checa hacia la iglesia donde está enterrado el padre Toufar.

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