Si pudiéramos ver nuestra vida en perspectiva, podríamos reconocer los hilos secretos del designio que Dios está realizando, que unen el presente y el futuro y que resaltan los hechos que nos parecen pequeños y ocultos. Nuestra misión en Santiago de Chile nació precisamente a partir de uno de estos hechos: la amistad entre don Massimo y el obispo chileno, mons. Errázuriz, que en los años noventa vivió en Roma y trabajó en la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. En el 2005 concluyó nuestra experiencia en Argentina y mons. Errázuriz, que mientras tanto había sido creado cardenal, ya había sido llamado a su patria y nombrado arzobispo de Santiago. Fue él quien nos abrió las puertas de esta inmensa región metropolitana, pidiéndonos que estableciéramos una de nuestras casas en su archidiócesis. Así, abrimos un segundo punto de misión en Chile, cerca de Agostino Molteni, que llevaba en Concepción desde 1993.
Han pasado diecisiete años desde aquel inicio en Santiago, y es precioso recordar que todo ha sucedido a partir de una amistad. Es como si Dios tejiera su gracia con un delgado hilo que se hace espacio entre nuestras pequeñas aberturas. Nos ha llevado al corazón de un país precioso, rico en desiertos y llanuras labradas, entre el océano y las altas montañas. Precioso, porque los paisajes de Chile reflejan la geografía de los corazones que allí habitan: paisajes humanos llenos de profundidad, deseos, silencios, con frecuencia custodiados por altas cordilleras que es necesario respetar con paciencia hasta que acepten abrirse. Los tiempos siempre los decide Otro.
En 2006, cuando llegamos a Santiago, aterrizamos en una parroquia inmensa, en Puente Alto, en la periferia sureste de la capital. Un barrio pobre de obreros y madres de familia que nació con la expansión urbana promovida por Pinochet pocos decenios antes; un barrio con muchos jóvenes que esperaban con esperanza poder vivir el futuro. Nuestros sacerdotes comenzaron con un local de madera que compartían con muchas termitas y un poco de humedad, una pequeña Belén al otro lado del océano. Inmediatamente surgió el problema: ¿por dónde empezar en un mundo tan nuevo y tan vasto?
La Providencia nos abrió la puerta del encuentro con los jóvenes, tanto en la parroquia como en las escuelas y universidades. ¡Cuántos encuentros nos ha donado el Señor! Muchísimos se han acercado a nosotros pidiéndonos conocer a Dios. Y hemos intentado con palabras y gestos introducirles en Su presencia. De ahí ha surgido una amistad que se ha alimentado con las palabras de los grandes santos, textos de literatura, poesías, cartas, películas, paseos y momentos de convivencia. Un trabajo cultural real y verdadero que ha descubierto el velo que tapaba al Misterio, mostrando a Cristo como el centro en el que convergen todas las líneas. Los frutos más bonitos de este trabajo son la cantidad de amigos que han decidido pertenecer al encuentro que han tenido. Muchos de ellos se han casado, otros han deseado entregarse a Dios en la virginidad. En definitiva, todos forman parte de esa llamada infinita con la que el Señor teje nuestras vidas en la historia de la salvación. Mientras tanto, nuestra experiencia en la capital ha ido creciendo en número y en el 2014 abrimos una segunda casa en San Bernardo, situada al sureste, a las afueras de la gran ciudad. Pero hay un regalo que nos ha hecho el Señor y que vuelve fecunda nuestra presencia en la metrópolis chilena: la compañía del movimiento, que ha precedido nuestra llegada, que nos ha acogido y a la que podemos servir con nuestra vocación. Una compañía que durante estos años ha puesto música a la experiencia que está viviendo, creando cantos que describen la novedad de Cristo y la belleza del encuentro con Él. Una compañía que constituye el gran respiro de nuestra vida porque acoge a las personas que vamos conociendo y las introduce en una historia que nos precede y nos supera. Una compañía hecha de amigos para los que Cristo lo es todo. Más aún, el hilo transparente de la gracia de Dios realiza su designio mediante el espacio aparentemente pequeño de la amistad humana. Lo realiza también ahora, mientras observamos un aumento de violencia e ideología en las plazas y una desorientación cada vez más grande en los hombres en un país que está convirtiéndose a grandes pasos en el abanderado del pensamiento progresista de todo el continente. La forma de la misión está cambiando. La comunión entre nuestros sacerdotes y los amigos se está volviendo cada vez más decisiva para anunciar a Cristo. Y, a su vez, cada vez se la ataca más. Pero esto no es motivo de desorientación, porque cuando miramos nuestra vida en perspectiva, la vemos sostenida por la trama invisible de la gracia de Dios.
Imagen: vacaciones con los jóvenes en Chile.