Cuando el hombre opone resistencia

La acción de Dios en la historia es misteriosa y a veces pasa a través del límite y del pecado de su pueblo. Meditación de Paolo Sottopietra.

Hans Holbein, «Samuel maldice a Saúl» (1530).

Gran parte del Primer Libro de Samuel se centra en los orígenes de la monarquía del pueblo de Israel. El culmen de esta historia presenta al profeta Samuel en acción. Es un hombre anciano, ha dado toda su vida para sostener la obediencia del pueblo de Israel a la ley de Dios, ejerciendo como juez en favor de las tribus, las familias y de la persona.

Un día los ancianos se presentan ante él y le piden que indique un rey que los gobierne y asuma sus funciones. Razonan con un criterio político y mundano. Israel quiere tener un jefe que personifique la gloria y la potencia, como se hace en todas las naciones. Quieren adaptarse al contexto, no soportan el peso del privilegio, único, de vivir una relación real con el Dios vivo y verdadero. A Samuel le pareció mal, se lee en el texto. Al contemplar esta escena, nosotros también nos sorprendemos con él. ¿Cómo es posible que, a pesar de haber tenido innumerables pruebas de la cercanía de Dios, estos jefes no vean que esta es precisamente la verdadera grandeza del pueblo al que guían?

Samuel reacciona a la desilusión buscando el silencio. Deja a los ancianos con todas sus aspiraciones humanas de gloria nacional, y se dirige en la oración a Dios. La respuesta que obtiene es inesperada: Escucha la voz del pueblo en todo cuanto te digan. No es a ti a quien rechazan, sino a mí, para que no reine sobre ellos. Son palabras severas y condescendientes al mismo tiempo.

Al observar los hechos que suceden y que nos provocan tristeza, tenemos que aprender a presentir en ellos la existencia de algo que tiene Dios en mente y que no entendemos.

Dios está abierto a aceptar la nueva propuesta inspirada en un criterio mundano, pero invita a los ancianos a considerar sus consecuencias: la corte real tendrá mucho peso, la autoridad de los patriarcas se verá limitada y el derecho a la propiedad sufrirá restricciones. Tendrán que pagar impuestos, acatar órdenes, respetar nuevas leyes. El palacio reclamará medios y personas para sostener tanto las guerras como el lujo de los ministros del rey y de sus familias. En definitiva, este es el mensaje que Dios traslada al pueblo: «Cuando tengáis un rey, os convertiréis en esclavos suyos. Aquel día os quejaréis a causa del rey que os habéis escogido. Pero el Señor no os responderá».

A pesar de la lucidez con la que se les muestra su futuro, los ancianos insisten en su demanda y sus razones ante Samuel: No importa. Queremos que haya un rey sobre nosotros. Así seremos como todos los otros pueblos. Nuestro rey nos gobernará, irá al frente y conducirá nuestras guerras. El profeta recoge este «no importa» y transmite estos cálculos al Señor, a pesar de sentirlos lejanísimos a la lógica de Dios. Pero el Señor le aconseja de nuevo: Escucha su voz y nómbrales un rey.

Esta página, tan llena de tensiones, nos muestra de manera ejemplar la misteriosa acción de Dios en la historia. Dios hace suya una petición que expresa rebeldía y vanidad. Los deseos del pueblo serán escuchados, y esto no hará más que ofrecer a Israel abundantes ocasiones de penitencia. Al mismo tiempo, plegándose a la voluntad de los hombres, Dios extrae del límite de su mirada y su propio pecado un nuevo recurso para llevar a cabo el cumplimiento de su plan de salvación. El primer rey de Israel será Saúl y después de él, en vez de su heredero, será David quien suba al trono, el elegido de Dios. Jesús, el verdadero Rey, será descendiente del linaje de David, en cuyas manos Dios depositará todo el poder y la gloria. ¡Hasta ese punto Dios hace suyo el camino que el pueblo exige emprender en un momento de resistencia y rebelión!

No obstante, para recorrer sus caminos, Dios se apoya en la obediencia de su profeta. Observemos por última vez a este hombre y a la prueba que tuvo que atravesar. Samuel se siente rechazado, sobre todo a nivel personal: «Tú eres anciano», le dicen con hostilidad los jefes del pueblo. Rechazándolo a él, también reniegan de aquello que representa: una larga serie de figuras carismáticas, los jueces, que hasta aquel momento Dios les había encargado guiar a su pueblo.

A pesar de ello, Samuel obedece a su Señor. Abraza el cambio que se le impone en un momento histórico que no sabe descifrar y así se convierte en instrumento de la novedad que Dios ya está ofreciendo. Esta vez, se le pide que colabore con una confianza ciega, y justo por ello Dios le trata con una dulzura especial. ¡También puede ser duro aceptar la flexibilidad de Dios! Entonces, el tono se vuelve tierno, casi le consuela por el sacrificio que se le pide: «Escucha su voz y nómbrales un rey». Es como si le dijera: «Déjales que hagan lo que quieran, no te entristezcas mucho. Ellos no saben realmente lo que piden y cargarán con el peso de su testarudez. Y tú también, Samuel, ahora no puedes imaginar todo el alcance de mi decisión. Solo te pido que, obedeciendo, te ofrezcas a ti mismo y ofrezcas la desilusión que sientes por tu pueblo». De este modo, el resultado de la acción de Dios superará infinitamente tanto las imágenes mundanas de los jefes como las de la devota religiosidad del profeta.

Asimismo, nosotros, al observar los hechos que suceden en el pueblo de Dios y que nos provocan tristeza, amargura o desilusión, tenemos que aprender a presentir en ellos la existencia de algo que tiene Dios en mente y que no entendemos. A veces Dios genera nuevos espacios usando el límite y el pecado de los hombres. Sabe cómo redimir la incredulidad o la mezquindad con la que muchos se resisten, plegándola misteriosamente en beneficio de un bien mayor. Pero siempre necesita apoyarse en la fe de algunos, en cada época los busca y los llama a su causa, atrayéndolos a una relación particular con él.

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