Lozhok. Lo que era un campo de muerte, es ahora la Fuente Santa. Martirio y santidad como piedras angulares de la Iglesia, también en Siberia.

En los últimos cinco años, el Obispo de Novosibìrsk me ha encargado la cura pastoral de dos parroquias ( la de san Agustín en la ciudad universitaria de Novosibirsk, y la de san José en Berdsk, una ciudad periférica de cien mil habitantes) y de otras pequeñas comunidades esparcidas en un radio de 100 kilómetros desde casa. En las cercanías de Iskitim, una ciudad de setenta mil habitantes una veintena de kilómetros después de Bersk, en una zona comprendida en mi jurisdicción parroquial, se hallaba un “lager”, un campo de trabajos forzados, activo desde el final de los años veinte hasta el final de los cincuenta, donde eran enviados criminales comunes, disidentes políticos, hacendados y campesinos, intelectuales y médicos, sacerdotes y religiosos. Habíamos oído hablar de don Gianpiero Caruso, que había ido en peregrinación con el Obispo y los otros sacerdotes de la diócesis. Su narración me suscitó una profunda conmoción y una gran curiosidad. Y así, un sábado de Mayo, fui a buscar el lugar. Un par de kilómetros después de Iskitim, una carretera descuidada me condujo a Lozhok, una aldea entre viejas, fábricas abandonadas, casas populares de revoques. Las viejas construcciones del campo de concentración habían sido remozadas: en el área donde se encontraban las barracas de los prisioneros, había hoy una Casa de la cultura y una escuela. Donde vivían los guardias, ha crecido el pueblo. Alrededor, las colinas, cortadas por cursos de agua y por una carretera recorrida por camiones de gran tamaño que transportan las piedras extraídas de la cantera.

Hasta no hace mucho tiempo, a través de la lectura, me había hecho la idea de que los campos de concentración soviéticos más duros fuesen Kolyma y Vorkuta, situados respectivamente en el extremo este y en el extremo norte de la antigua Unión Soviética. Después he descubierto que sólo el nombre “Iskitim” hacía estremecer a todos los prisioneros. El pintor ruso Michail Sokolov cuenta que en el nudo ferroviario de Magadán los detenidos pedían sólo una cosa: “Donde sea menos a Iskitim”. Este campo, de hecho, además de trabajo duro y extenuante a temperaturas glaciales, significaba una muerte segura: por fusilamiento, obviamente, pero ¡también por el trabajo mismo! En el fondo de la cantera, donde los prisioneros minaban y extraían cal y grava, la temperatura invernal podía alcanzar los 43 grados bajo cero. El polvo calcáreo corroía los pulmones y la piel. Nadie sobrevivía allí más de unos pocos meses.

En el segundo cruce a la derecha, un cartel indica la “Fuente Santa”. Se sube durante un par de kilómetros por una carretera a cuyos lados el bosque de abedules custodia los restos mortales de no se sabe cuántos exdetenidos. Aquí reposan también los restos de algunos italianos que vivían en Rusia y que, por diversas razones, han sido deportados a Siberia. Aquí reposan muchos sacerdotes y religiosos muertos por inanición o fusilados y enterrados, a veces aún vivos. Y, de improviso se abre un paisaje encantador, que ofrece en primer plano la iglesia que los ortodoxos apenas han acabado de construir, dedicada a los “Nuevos Mártires y Confesores de la Iglesia Rusa”. Junto a ella, casi protegida por sus muros está la Fuente Santa, una fuente que mana de una corriente subterránea de origen cárstico. Las peregrinaciones comenzaron en los años 50, cuando la fuente se convirtió en destino de visitas de los devotos y lugar de milagros. La gente llega a la fuente con botellas y latas para hacer acopio de agua bendita, en la esperanza de obtener beneficios materiales y espirituales. Hoy el lugar es considerado oficialmente como santo por la provincia eclesiástica ortodoxa, por los acontecimientos de carácter espiritual y religioso – curaciones y apariciones de la Virgen María y de los santos – que han tenido lugar allí.

Hablando con un feligrés mío de origen polaco que vive en Iskitím, he descubierto que en los alrededores de aquella cantera sigue habiendo una fábrica en funcionamiento. Parece que de aquellas piedras, que eran extraídas por los prisioneros, hoy llega a nosotros una sugerencia: ser utilizadas para la nueva iglesia que el Obispo me ha pedido que construya en Bersk. «Agustín ve en el martirio la forma particular en la que la victoria cristiana se afirma en esta edad del mundo», escribe Benedicto XVI en La unidad de las naciones. Una visión de los Padres de la Iglesia, « y en el mártir el signo de la Iglesia: ella vive y vence en este mundo en la forma del sufrimiento, en el decir no a las potencias que determinan la opinión pública». El sí de los mártires de ayer y de hoy, unido a mi sí y al de Cristo en el sacrificio eucarístico cotidiano es verdaderamente la semilla, la Fuente Santa de los nuevos cristianos del único cuerpo de Cristo.

En la foto grande, el lago que cubre parte de la cantera de piedra de Lozhok.

alfredo fecondo

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