«Creía que, a estas alturas, yo no tenía ninguna posibilidad de ser feliz». Paola es una compañera de mi clase de bachillerato, despierta, inteligente, con facilidad para entablar relaciones con mucha gente. En todos estos años hemos mantenido el contacto, incluso en la distancia, cuando me fui de misión. Siempre ha tenido una mirada positiva sobre la vida, a pesar de la muerte de un gran amigo, cuando estábamos en bachillerato, y de su padre, unos años más tarde, e incluso a pesar de la grave enfermedad por la que tuvo que pasar.
Hace un año me llamó y me dijo: «Lele, ¿quieres celebrar la misa de mi boda?». Poco tiempo después, junto a su prometido, me dijo: «Estoy muy bien, soy feliz. Pero había perdido toda esperanza, creía que a mi edad ya no tenía posibilidades de ser feliz».
Esta frase me impresionó y conmovió. Cuántas personas en el mundo, incluyendo las que conocemos, están desilusionadas y resignadas con la idea de que nunca podrán ser felices. Cuántas han perdido la esperanza de que la vida pueda responder verdaderamente a la necesidad de cumplimiento que hay en su corazón. Precisamente, Cristo ha venido al mundo para esto, para decirnos que el deseo de felicidad de todo hombre se puede cumplir. Por tanto, en esto consiste nuestra tarea: anunciar el Evangelio a todo el mundo.
Cuando escuché a mi amiga decir aquella frase, entendí por qué muchos afirman que las bienaventuranzas son el corazón del mensaje cristiano. Esas palabras revelan que no importa si eres rico, pobre, perseguido, enfermo… Quien conoce a Cristo puede cumplir su necesidad de felicidad. Siempre me ha impresionado lo que decía don Giussani comentando esta página del Evangelio de san Mateo. Se imaginaba a la multitud mientras escuchaba hablar a Jesús. Los que estaban más alejados probablemente no conseguían captar todas las palabras que estaba diciendo, pero al menos estaban seguros de una: «Bienaventurados», es decir, felices. Esto era lo esencial, bastaba con que entendieran esto, se les estaba prometiendo la felicidad.
Este es el cristiano: un hombre consciente de que solo en la vida eterna podrá hacer experiencia de una felicidad completa y definitiva, allí donde ya no habrá dolor ni muerte. Pero quien ha conocido a Cristo también sabe que en nuestra vida de cada día podemos comenzar a experimentar esa alegría. Conocer el significado de la realidad genera en nosotros la capacidad de gustar cada detalle, acoger cada instante de belleza, desde la luz del atardecer hasta la sonrisa de un niño, desde el olor de un buen vino hasta una sonata de piano, desde el abrazo de un amigo hasta el gesto de caridad de un desconocido.
Los cristianos son hombres y mujeres que saben que todo esto es el anticipo del Paraíso y que, justo a través de la realidad terrenal, se puede pregustar la vida eterna. ¡Por eso saben gozar de la vida! Al mismo tiempo, saben que, sin la perspectiva de la vida eterna, esta existencia no tendría sentido y que nuestra vida sería desesperada. De aquí surge la creatividad, la valentía, la decisión con la que afrontan toda la vida, incluidos el dolor y la muerte.
Como decía Enzo Piccinini, el cristiano es un hombre que todo lo hace para ser feliz. El mundo necesita hombres que tengan esta mirada positiva sobre la realidad y sobre la vida, amantes de la verdad y la belleza. El mundo necesita a los cristianos, su mirada sobre las cosas y su alegría, para sostener esa necesidad de cumplimiento que lleva todo hombre inscrita en su corazón y para que nadie tema que sea imposible ser feliz.
Imagen: momento durante las vacaciones de verano de la Fraternidad San Carlos (Corvara, julio 2021).