Hace poco propusimos a los jóvenes de nuestra parroquia pasar unos días de convivencia. Esta propuesta, en sí misma, no es una novedad. En los últimos años siempre hemos buscado momentos así para profundizar en el contenido de la amistad que vivimos entre nosotros durante el año. La diferencia real es que esta vez se unieron otros dos grupos de chicos que venían de Querétaro y de Oaxaca, a tres horas al norte y siete al sur respectivamente de Ciudad de México.
En primer lugar, me sorprendió la amistad que se dio entre los adultos y el deseo de vivir juntos la experiencia de acompañar a los jóvenes. Todos, de un modo u otro, nos dábamos cuenta de que solo la comunión entre nosotros es un método educativo válido. El sujeto que educa es la comunidad. En segundo lugar, me impresionó el deseo de querer comunicar no una amistad en genérico, sino la pertenencia al movimiento de Comunión y Liberación, lo que ha transformado la vida de cada uno de nosotros. La verdadera propuesta es el encuentro con el Señor presente que nos ha tomado y ha cambiado para siempre el curso de nuestra vida. «No podemos proponer nada menos que esto», decía una de nosotros.
Encontramos un rancho estupendo a 3000 metros de altura, en medio de las montañas al sur de Ciudad de México. Espacios inmensos, prados, campos de baloncesto y de fútbol, una capilla, cabañas de madera que servían de dormitorio y ¡un castillo! Obviamente lo usamos como centro de un gran juego. Empezábamos el día preparando el desayuno, que en México tiene que ser abundante: fruta, huevos, judías, chocolate caliente, zumos de fruta, brioches…todo ello acompañado de las insustituibles tortillas. Después rezábamos laudes en tono recto y hacíamos la propuesta del día. Juegos, cantos, excursiones a la montaña, testimonios de amigos invitados para la ocasión y conversaciones sobre el estudio y los sacramentos. Todo ello autogestionado. Por la tarde, misa y vísperas para poner en manos del Señor todo lo que nos había dado durante el día. Fueron días intensos, llenos de vida y de conversaciones profundas.
Todo joven tiene un corazón vivo que desea abrirse a la amistad de Cristo
Lo que nos sorprendió fue ver cómo los chicos siguieron la propuesta, confiando totalmente en nosotros, escuchando nuestras palabras y adhiriéndose a los diferentes momentos del día. Por tanto, no es verdad que los adolescentes no escuchen y no quieran aprender. Mi mirada tiene que convertirse continuamente y destruir los prejuicios que se acumulan sin que me de cuenta. Todo joven tiene un corazón vivo que desea abrirse a la amistad de Cristo. Incluso el que parecía más indiferente, en el momento de la asamblea saca su cuaderno y escribe en sus apuntes. El que parecía más alejado, se acerca y pregunta: «¿Qué es la confesión? Nunca me he confesado y me gustaría hacerlo».
Junto con esta apertura, también afloran las cosas que les cuestan, sus tristezas, sus heridas. No podemos perder una sola palabra. Debemos escuchar y después, en lugar de dar grandes respuestas, tenemos que confiar todo a la intercesión de María, patrona de este país y de las Américas.
Volví a casa, junto con mis hermanos Davide y Stefano, con una gratitud grande y algunas intenciones en la oración de más. Me quedo con la sensación de estar siempre sostenido por nuestra compañía, signo de Él, y por el pensamiento de que tal vez, por gracia, algo nuevo está naciendo en Ciudad de México, en Querétaro y en Oaxaca. Una chica dijo en la asamblea final: «Cambian las personas, el lugar, pero he podido verificar que aquí hay algo que va más allá y hace que suceda la misma novedad que he vivido en convivencias de otros años». Quiera Dios que vuelva a repetirse siempre esta experiencia: volver a vivir la presencia del Señor entre nosotros, que renueva la vida y la llena de esperanza.