El Cielo en la tierra

La comunión nos permite experimentar la presencia de Dios en nuestra cotidianidad. Relato de unas vacaciones de un grupo de familias en las Rocky Mountains.


Momento de oración durante las vacaciones de un grupo de familias de la parroquia de Broomfield (Colorado, Estados Unidos).

«¡Uno!», grita triunfante sor Marilú enseñando la última carta que le queda en la mano. Los niños que están a su alrededor miran sus propias cartas y empiezan a pensar en una estrategia para que la monja coja más cartas antes de su turno. Mientras tanto, los adultos charlan con una taza de café caliente en la mano. Fuera llueve, pero la alegría que se respira en la sala es tal que parece un día de sol.

Son las vacaciones de un grupo de familias de la parroquia. Seis matrimonios, veinticinco hijos, de uno a veintitrés años, dos monjas y un cura pasan juntos un fin de semana en las Rocky Mountains. El orden del día es sencillo: laudes y desayuno, paseo y después misa en el bosque. Rodeados de montañas con sus cimas aún nevadas, usamos una gran piedra como altar. Después, tomamos la comida rápidamente preparada por las madres, pasamos una tarde de juegos con los niños y, para terminar, hacemos una hoguera con marshmallows y galletas para todos.

¿Por qué estas familias pasan su tiempo libre juntas? Basta con ver la alegría de los niños que juegan para entender que todos estamos hechos para la amistad y la comunión. Somos felices solo cuando compartimos nuestra vida con los demás. Para los pequeños, esto significa jugar y explorar los alrededores de la casa en busca de insectos y animales salvajes. Los adolescentes buscan estar juntos. Fingen que no les interesa nada, parecen distraídos, pero, en realidad, lo observan todo. Con un ojo miran a los hermanos más pequeños y con otro, a los adultos, tratando de entender a qué fase de la vida pertenecen ahora. Los mayores, en cambio, encuentran el momento de contarse las historias de su juventud, la vida de sus familias. Es su modo de agradecer al Señor las bendiciones recibidas a lo largo de los años.

Estar juntos en comunidad ha devuelto a todos la conciencia de la presencia de Dios

En algún sitio he leído: «Las pequeñas cosas de cada día son el lugar donde Dios nos llama a amarlo con todo el corazón, con toda la mente y todas las fuerzas». Esto es lo que ha sucedido durante estas vacaciones. Hemos hecho lo que normalmente hacemos en casa, como preparar el desayuno. Sin embargo, estar juntos en comunidad, rezar y celebrar la misa, pasar el tiempo en compañía de personas que han entregado su vida a Dios, ha devuelto a todos una conciencia de la presencia del Señor que habitualmente no tenemos. Han bastado pocos días juntos, alejados de nuestros quehaceres y compromisos, para centrarnos en Él, presente en cada cosa, por muy pequeña que sea. Un fin de semana como el que hemos vivido en las Rocky Mountains no es una evasión de las dificultades de la vida cotidiana. Más bien es una especie de retiro espiritual donde la presencia del Señor vuelve a transfigurar la cotidianidad. Así, todo se vuelve más interesante.

Hace poco, un niño de cinco años me preguntó dónde está el paraíso. Yo le hice otra pregunta: «¿Dónde está Dios?». «Arriba», fue su rápida respuesta, mientras señalaba el cielo. Entonces, le pregunté de nuevo: «Y, aparte, ¿en qué otro lugar está Dios?». Al final, el niño entendió que Dios está en todas partes y que el paraíso puede ser cualquier sitio en el que esté Dios. Por desgracia, muchas veces no reconocemos a Dios en nuestras vidas y, por tanto, no experimentamos la posibilidad de vivir la anticipación del paraíso en este mundo.

Las vacaciones con las familias han sido una verdadera experiencia del Cielo en la tierra. Hemos visto la presencia del Señor en nuestra amistad, en la celebración de la misa inmersos en la naturaleza, en la preparación conjunta de la cena. Al volver a Broomfield, nos sentimos como los apóstoles después de Pentecostés. No tuvimos nostalgia de una bonita experiencia pasada, sino todo lo contrario, volvimos con el deseo de anunciar a todos que la vida es más bella cuando la vivimos en compañía de Dios dentro de la comunidad.

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