Volver a Dios

Meditación de mons. Massimo Camisasca, como ayuda para la Cuaresma.

Camisasca Small
Anónimo sirio o palestino, El profeta Joel, siglo VII (Louvre, París).

Pues bien oráculo del Señor, convertíos a mí de todo corazón, con ayunos, llantos y lamentos; rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos, y convertíos al Señor vuestro Dios (Jl 2,12-13).

Probablemente, el profeta Joel hizo este reclamo al pueblo de Israel durante el periodo de la vuelta de Babilonia. Habla de carestía, de devastación en los campos, de una invasión de saltamontes. Se suspendieron las ofrendas al Señor, el ganado sufría, pues no tenía forraje, los árboles se secaron, el aceite se agotó, la tierra dejó de producir grano, la viña se secó. Ya no quedaba vino, no había alegría (cfr. Jl 1,2-12). Era necesario volver a Dios con el corazón, con ayuno y penitencia, de modo que el cielo se abriese de nuevo y su gracia se derramara sobre el pueblo y sobre la tierra (cfr. Jl 2,19-27).

Hoy, Dios es para muchos un huésped desconocido o, incluso, indeseado. El sentido y la forma de lo que llamamos «conversión» tiene que ver con volver a acoger a Dios en nuestras vidas, con dejar que Él vuelva a habitar entre nosotros. La condescendencia de Dios es realmente extraña: Él, que ha creado el mundo y la vida de cada hombre, desea que cada persona y cada cosa vivan una relación de amistad y comunión con Él, como una gran familia que reconoce a su propio Padre.

En los lugares públicos se ha dejado de hablar de Dios. Como mucho, se le concede ser una presencia privada. Muchos teorizan que la religión no debe tener un lugar en la sociedad civil, pues se considera fuente de divisiones y luchas. Pero no podemos volvernos esclavos de las redes sociales y creernos esta mentira.

La verdadera revolución del mundo es volver a acoger a Dios, nuestro creador y salvador

En cambio, la fe en el Hijo de Dios hecho hombre, muerto en la cruz y resucitado por nosotros es el fundamento de la misma dignidad en todos los hombres, y es lo que hace posible su fraternidad. Pero, ante todo, es lo que hace posible la comunión y la paz mediante los sacramentos −especialmente el bautismo, la eucaristía y la penitencia− y la Iglesia, llamada por el Concilio Vaticano II «signo e instrumento de unidad entre los hombres».

La verdadera revolución del mundo es volver a acoger a Dios, nuestro creador y salvador. Sin embargo, este cambio radical no se puede producir sin que suceda en cada uno de nosotros. Tenemos que volver a dejar un espacio a Dios en nuestra vida.

¿Podríamos al menos reducir un poco nuestro uso del teléfono, del ordenador y de las redes? ¿Queremos dedicar a Dios algo de nuestro tiempo con la oración del Rosario, la lectura del Evangelio del domingo, la conversación en familia? No debemos considerar la oración ante todo como un sacrificio que se nos pide, sino como una oportunidad que se nos da. Todo aquel que favorece la oración, poco a poco, experimenta una transformación positiva en su vida caracterizada por la alegría y la serenidad.

Hay que partir con decisión de pequeños cambios, para después poder aumentarlos. De este modo, nuestra vida se llenará de alegría

También podemos empezar a darnos cuenta de nuestra dependencia torcida del dinero, de la comida, de cómo nos valoran los demás. Es necesario que comencemos a separarnos de algunos bienes. No se trata de una renuncia árida, sino de dejar entrar algo más importante en el día a día, que sea capaz de relativizar la importancia del apego a los bienes materiales. ¿Por qué no dedicar una hora a la semana a visitar a una sola persona, enferma o en dificultad? Pocas luces son suficientes para volver a iluminar todo el desierto de la vida.

No es necesario proponerse grandes proyectos o renuncias. Hay que partir con decisión de pequeños cambios para después poder aumentarlos. De este modo nuestra vida se llenará de alegría. La Cuaresma es un camino hacia la libertad. Al final del camino podremos descubrir en la muerte y resurrección de Jesús la revelación del rostro de Dios. Este camino de penitencia nos educa además, paso a paso, a mirar con sencillez y anhelo al Señor, fuente de la alegría y única esperanza de nuestra vida.

[Fragmento extraído de M. Camisasca, Il giorno senza tramonto, Edizioni San Paolo, Milán, 2020]

Contenido relacionado

Ver todo
  • Meditaciones

Acoger como niños

En la Casa de formación: el descubrimiento del significado de la acogida.

  • Donato Contuzzi
Leer
  • Testimonios

San Pablo en Nairobi

Las palabras de la Escritura siempre están vivas y son eficaces. Una historia desde Kenia.

  • Eleonora Ceresoli
Leer
  • Galería

Vía Crucis de los «Cavalieri»

El sábado 16 de marzo el grupo de «Cavalieri» del Lazio realizaron el tradicional Vía Crucis en Roma. El gesto comenzó en San Gregorio in Celio y finalizó en Santa Maria in Domnica. También participaron los chavales del primer ciclo de secundaria de nuestras parroquias romanas: Magliana, Navicella y Sant’Eusebio. El gesto concluyó con la […]

  • Roma
Leer