La amistad siempre es un milagro

La amistad es el reconocimiento de una gracia de la que somos objeto. Una meditación sobre el método y el fruto de la misión.


Christoph Matyssek, de misión en Viena, en compañía de algunos universitarios durante una peregrinación al santuario de Mariazel (Austria).

«Yo no me hago amigo del primero que conozco. Soy yo el que decide a quién querer y elegir. Y cuando elijo, es para siempre». Esto lo dice Michele, profesor de matemáticas y protagonista de Bianca, la mejor película de Nanni Moretti. Por un lado, sus palabras afirman la búsqueda del infinito propio de toda amistad verdadera; por otro, también encierran una decisión trágica que llevará al joven e intransigente profesor a eliminar a quien considera indigno de llamar amigo.

¿Cuál es la raíz de su error? Creer que la amistad, como el amor, es fruto de una decisión hecha a priori, de una elección previamente pensada, y no, por el contrario, la acogida de un don recibido. Sin embargo, la amistad es el reconocimiento de una gracia de la que somos objeto. La amistad siempre es un milagro.

Al leer el Evangelio, uno intuye lo que les costó al principio a los mismos apóstoles hacerse amigos. Estaban preocupados por ver quién era el más grande entre ellos, ganarse el afecto de Jesús, asegurarse un lugar de prestigio en el reino que llegaría pronto… Después, vino la Última Cena con Él, con aquella declaración, tras haberles lavado los pies: Ya no os llamo siervos, sino amigos (cfr. Jn 15,15). Todavía serán necesarios algunos días para que ese grupo de hombres empiecen a entender que se trataba del regalo más precioso que habrían podido imaginarse recibir en su vida: el amor de Dios, la amistad de Cristo, que los amaba hasta sacrificarse por ellos en la cruz, para que pudiesen entender que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos.

Será necesario el Espíritu Santo para que puedan empezar a reconocer que son un don los unos para los otros y tomar conciencia de que su unidad es el signo que el mundo esperaba para poder creer en la existencia de un Dios bueno y del Hijo hecho hombre para la salvación de todos los hombres.

A partir de ahí comienza la aventura descrita en los Hechos de los Apóstoles. Es el inicio de la historia de la Iglesia, fundada en una amistad donada por el mismo Jesús. Una amistad que aquellos hombres estuvieron llamados a reconocer y comprender en cada paso del camino, en encuentros conmovedores, abrazos fraternos y ayudas recíprocas, pero también a través de peleas, discusiones e incomprensiones. Pedro, Juan, Pablo y Bernabé, después Esteban, Ananías, Marcos, Apolo…En sus historias de amistad el descubrimiento del don recibido se profundiza incluso mediante los contrastes suscitados por fuertes temperamentos, actitudes temerarias, puntos de vista diferentes y juicios aún inmaduros sobre su propia tarea y la responsabilidad recibida. Sin embargo, permanecía un juicio como punto de partida estable: la amistad, como base de su estar juntos era el don más preciado, porque era el legado del propio Cristo.

No es casualidad que en el Meeting de Rimini de este año los seminaristas de la Fraternidad y las Misioneras de San Carlos hayan decidido contar una de estas historias de amistad: la de Bernabé y Pablo a lo largo del primer viaje misionero de la historia.

La nuestra es una amistad que no acaba, no por una decisión nuestra, sino por la fidelidad de Quien nos la regala

Esa amistad era, para los apóstoles, sujeto, contenido y método de su misión y anuncio. Era sujeto porque la misión nunca pertenece al individuo aislado, sino a esa realidad llamada Iglesia y que había nacido con ellos. Por otro lado, la amistad se encuentra en la base del contenido del primer anuncio cristiano, porque lo que estaban llamados a comunicar los apóstoles al mundo era precisamente la amistad de Dios con el hombre, la que Jesús había venido a reconstruir y que se volvía visible en la comunión entre los que habían sido elegidos por Él. La amistad era, por último, el método de la misión, porque el cristianismo siempre empieza con un encuentro personal en el que mi humanidad se involucra con la vida de otro.

Mirando la experiencia de nuestras casas, la amistad que nace con las personas a las que somos enviados es realmente el fruto más precioso de la misión, junto a la conversión, la suya y la nuestra.

Verdaderamente esta amistad es inagotable, como decía Michele, infeliz protagonista de Bianca. Sin embargo, nuestra amistad dura para siempre no porque nosotros lo decidamos, nosotros que estamos limitados por nuestros errores e incoherencias, sino por la fidelidad de Quien nos la regala. Él no se detiene ni siquiera ante nuestros pecados y traiciones, pues es capaz de llamar «amigo» incluso al que lo está traicionando con un beso.

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