¡Aquí en Taipéi suceden cosas bonitas! Durante las vacaciones de invierno, poco antes del fin del año chino, Antonio, Simone y yo unimos nuestras dos parroquias para realizar unas breves vacaciones de tres días. En total fuimos veintisiete: junto a nosotros y los veinte alumnos de secundaria y bachillerato, estaban Yahan y Wanru, dos chicas de treinta años que me ayudan a llevar el grupo de jóvenes. Dejé de ser el párroco de San Pablo hace cuatro años; como vicario me encargo de los jóvenes de la parroquia. Nuestros grupos están formados por chicos de secundaria y bachillerato, desde los más jóvenes que tienen trece años, hasta los mayores de dieciocho. No son muchos, en contadas ocasiones más de veinte. La colaboración entre nuestras dos parroquias nació precisamente del deseo de hacer una propuesta a los chicos que pudiese ampliar su horizonte. San Pablo, la parroquia que se nos dio en 2008, tenía un grupo de jóvenes anterior a nuestra llegada, mientras que en la parroquia de San Francisco Javier, que recibimos en 2005, el grupo surgió con nosotros. La colaboración entre ambas parroquias nació en el verano de 2018, cuando organizamos juntos unas vacaciones de verano. Con el tiempo y mucha paciencia, han nacido relaciones de amistad entre los jóvenes de las dos comunidades. También se ha consolidado la relación entre nosotros.
Aunque no sea fácil, hemos descubierto que trabajar juntos es bonito. Tenemos temperamentos, perspectivas y expectativas diferentes. A veces, hemos llegado a vivir momentos de tensión. Pero con el tiempo hemos aprendido a querernos de un modo más verdadero.
Parece que hacer las cosas solos cuesta menos, pero produce menos frutos y de este modo se corre el riesgo de expresar una genialidad personal, en vez del resultado de una comunión vivida. Esta colaboración, que para nosotros es una escuela de humildad y paciencia, ha generado un testimonio precioso ante los ojos de los jóvenes que se nos han confiado. Es raro ver a curas que son amigos entre ellos.
Ha cambiado algo respecto a los años anteriores. Desde que nos encargamos de llevar las vacaciones está creciendo una tradición que toca hasta los juegos, los cantos, la presencia en la misa, la relación con la naturaleza. El mérito también es de Yahan y Wanru, que nos ayudan en la relación con los chicos. Ellas se han tomado en serio esta responsabilidad y están creciendo en la fe. Entre nosotros ha nacido una sensibilidad nueva: si al principio para los chicos todo era una especie de gran juego, también la oración y la misa, ahora todo lo que les proponemos está ligado a la experiencia de la fe. Jugamos porque nos interesa ser amigos, vamos a la montaña para conocer al Creador, cantamos porque es la expresión de nuestro corazón.
Los chicos también se han dado cuenta, impresionados desde el principio por nuestro modo de usar el tiempo. Nos han confesado que todo les parecía mucho más libre que antes. De hecho, la riqueza de los contenidos que les enseñábamos no solo pasa a través de los momentos de palabra, sino también en los juegos, en las comidas juntos, en las excursiones a la montaña. Y en el lema propuesto, que este año era sobre el perdón: «Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden».
El año pasado una chica de mi parroquia, Lixin, después de haber estado muy presente en el grupo, dejó de ir a misa. Le llamé y me dijo que tenía depresión. La invitamos igualmente a las vacaciones. A pesar de estar un poco aturdida por las medicinas que tomaba, vi que jugaba y reía con gusto con los amigos. En la asamblea final habló de la cruz que Dios le ha dado y que a veces le resulta demasiado pesada. Nos dijo que ella ha «perdonado» a Dios por haberle dado esa cruz y que pedía perdón por su «debilidad a la hora de llevarla». Las vacaciones terminaron en sábado y al día siguiente estaban todos en la misa de la parroquia, también Lixin. Me gustó volver a verlos.
Imagen: un momento de juegos durante un retiro de adviento de la comunidad de Taiwán.