El simple gesto de poner todo en manos de María en la oración nos acompaña en la comunión y hace que renazca la esperanza.

Suena el timbre. La hora de Matemáticas ha terminado. Mis treinta y tres alumnos de quinto de primaria cierran los cuadernos y se preparan para ir corriendo a beber el té y jugar durante el recreo. Como de costumbre, les invito a rezar juntos antes de salir. En la clase se crea un clima de silencio y cuando les pregunto qué quieren poner delante de María, se elevan muchas manos. «A mi padre, que viaja hoy»; «A mi madre, que no está bien y tiene que volver al hospital»; «A mi tía que está embarazada y tiene covid»; «A la niña de las que nos has hablado, que está enferma». Piden «por los exámenes, para que vayan bien», «por mi abuelo que se fue al cielo la semana pasada», «para que todas las personas que están en el hospital tengan oxígeno suficiente», «por Kayla y Liam, que hoy no están», «para que Maurice y Anne puedan celebrar su aniversario».
Maurice y Anne son en realidad Maurizio y Anna, los padres de mi cuñada. Hace unos meses enfermaron de Covid y Maurizio estuvo mucho tiempo en el hospital. Los niños pidieron fielmente cada día por ellos. Cuando volví a Italia en verano, me dieron muchas cartas para que se las llevara. Se alegraron muchísimo cuando supieron que Maurizio había vuelto a casa y que en septiembre celebraría cincuenta años de matrimonio junto con Anna su mujer.
Asimismo, todos los días se acordaban de nuestros sacerdotes Maffucci y Anas. Cuando les dije que Anas se había ido al cielo, se entristecieron. Pero viendo que se habían acordado de él cada día, añadí que seguro que ahora tenían un amigo en el cielo al que podían dirigirse. Esto les alivió.
Así, con un simple Ave María, todo lo que llevamos en el corazón lo ponemos delante de la Virgen. Es un gesto muy sencillo y al mismo tiempo profundo. Casi sin darnos cuenta, nos encontramos dentro de una amistad más grande, donde el cielo y la tierra se unen, donde nos percibimos unidos tanto al compañero de clase como al que está en la otra punta del mundo. Rostros, situaciones, personas que entran en nuestro horizonte cotidiano y lo amplían. Hay sufrimientos y dificultades que son imposibles de afrontar solos, como la muerte o la enfermedad, pero en esos minutos descubrimos un lugar en el que podemos entregar todo y aprender juntos a estar ante todas estas cosas. Se trata de unos pocos minutos en los que renace la esperanza y donde descubrimos que la vida es un don, una aventura preciosa que afrontamos juntos.

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