Son las nueve y media de la noche de un sábado de febrero, hace poco que soy párroco de la iglesia de San Francisco Javier de Taishan, en cuya rectoría vivimos los cinco misioneros de la casa de Taiwán. Suena el timbre y oigo una voz masculina que, hablando chino con acento extranjero, pide entrar en la iglesia. Aquí en Taiwán es bastante inusual que alguien pida rezar en la iglesia a esa hora. Bajo las escaleras para abrir: el visitante es un joven asiático de unos treinta y cinco años, alto, de mirada profunda y expresión angustiada, parece que ha estado llorando. Le dejo entrar en la iglesia y, un poco receloso, me siento yo también en un banco no muy lejano, rezando el rosario. Siento curiosidad por saber cómo ha llegado a nuestra pequeña parroquia, escondida en medio de un mercado tradicional.
Pasan unos minutos y el hombre empieza a hacerme preguntas sobre la fe y sobre el perdón de Dios. Entonces me cuenta que acaba de recibir una comunicación de la policía taiwanesa: le están investigando por un delito que no ha cometido. Las lágrimas vuelven a brotar y me cuenta su vida. Es coreano, se llama Paolo, estaba en Taiwán de turismo y ahora se tiene que quedar en la isla durante al menos seis meses a causa de la denuncia. Su familia es protestante, pero él, durante sus años de servicio militar, conoció el catolicismo y se bautizó. Después, vivió y trabajó en China unos diez años. Paolo conoce a la persona que le ha denunciado y en ese momento me cuenta su enfado. Luego me pregunta si puede rezar en silencio. Decido dejarle solo y, antes de irme, le recuerdo que Dios le ama y que en esta iglesia puede encontrar un hogar que le acoge siempre que quiera. Al día siguiente volvió, y lo mismo en los días sucesivos. Después de confesarse, siguió siendo fiel a la misa. Luego, al enterarse de que había comenzado la catequesis de adultos, nos pidió asistir para profundizar en la fe que había descuidado.
Mientras tanto, algunos feligreses que participan en la Escuela de Comunidad le invitaron y él se lanzó con entusiasmo a la lectura de El sentido religioso en japonés y chino.
El drama de la injusticia le ha obligado a afrontar la dificultad del perdón
En él, el redescubrimiento de la fe ha ido de la mano de un mayor conocimiento de sí mismo y de un mayor abandono a Dios. Su dramática situación y la precariedad de su futuro desde el punto de vista judicial han hecho que cada momento de su vida sea importante. Me ha dicho varias veces, en las varias conversaciones que hemos mantenido estos últimos meses, que ya no quiere desperdiciar «ni un minuto de la vida». El drama de la injusticia le ha obligado a afrontar la dificultad del perdón y la impotencia ante el mal que ha sufrido. Esta dramática experiencia le ha brindado la oportunidad de volver a tejer una relación con Dios, de redescubrir una filiación y una pertenencia. Durante los meses de catequesis, aunque ya había recibido el bautismo, Paolo ha sido siempre el más fiel; su deseo de conocer la fe ha llegado hasta la decisión de recibir la confirmación el día de nuestra fiesta patronal, el pasado 3 de diciembre. En estos primeros meses como párroco, el camino de Paolo ha sido una gracia que me ha acompañado como una promesa: la compañía de Cristo pasa a veces por acontecimientos dramáticos, que traen tristeza y sufrimiento. Sin embargo, dentro de la historia personal de cada uno, estos acontecimientos son el camino a través del que Cristo cambia radicalmente nuestras vidas para llenarlas de sentido. En Taiwán, en la parroquia de San Francisco Javier, Paolo ha encontrado un hogar porque se ha encontrado con Cristo y con una comunidad de amigos que le han acogido. Esto ha cambiado su vida hasta el punto de que quiere seguir viviendo en Taiwán, incluso después de que las cosas se calmen y pueda optar por regresar a Corea. No sé cómo acabará su proceso judicial, pero la certeza que tenemos él y yo es que Cristo encontrará el camino para cumplir nuestras vidas.