La mayor paradoja de la sociedad americana consiste en el hecho que la exaltación de la singularidad de cada uno a menudo termina para ser buscada a través de iniciativas homologadoras, donde la persona se convierte en un individuo sin rostro. El fenómeno es evidente en la escuela superior, donde la percepción de la propia unicidad frente al mundo es quizás la cosa más difícil a encontrar en los estudiantes.
Durante estos años como profesor de bachillerato en los Estados Unidos he descubierto que enseñar, como sugiere su etimología, es mostrar que la realidad es bella porque es signo de un misterio más grande, que nos precede en la vida y que reconocemos. Porque el problema, en el fondo, está todo aquí. Si las cosas que me rodean tienen tan solo el valor que yo les atribuyo, si carecen de un significado intrínseco, si por tanto pueden ser manipuladas a voluntad, quizás para una noble finalidad futura, entonces la realidad parece carecer de un origen. Y todos nos convertimos trágicamente en “hijos de nadie”.
¿Cuáles han sido los momentos más hermosos que he vivido en clase? Cuando durante una clase de física los estudiantes entendieron por primera vez que era realmente un arcoíris, la doble refracción de la luz a través de las partículas de agua en un día húmedo. Cuando mis chicos, tan modernos, se dieron cuenta que el libro de Job, escrito en un tiempo y un lugar tan distante de nosotros, contiene las preguntas que ellos mismos no se atreven a plantear durante la clase de religión.
Una alumna mía ha sido premiada como ‘valedictorian’, o sea la mejor de todo su curso, entre casi 300 estudiantes. El día de la entrega de los diplomas, los estudiantes premiados dan un discurso frente a sus compañeros. Normalmente, la homologación de la que hablaba hace que estos discursos sean todos iguales, un himno a las infinitas posibilidades de la voluntad humana. Aquel día, en cambio, Brooke decidió desafiar la platea: “Os invito a buscar el significado intrínseco de cada cosa que os apasiona”. Dijo entre otras cosas. “Todas estas pasiones llevan en efecto a lo que realmente deseamos: la felicidad, la verdad, la belleza y la bondad. Todas están dirigidas hacia el origen del que venimos: Dios. No hay nada más bello que darse cuenta del porqué de la vida, la razón que está detrás de nuestras pasiones”. En estas palabras está el camino más interesante que en las clases espera a los estudiantes y a los profesores.
En la imagen, vista de Boston (fotografía Katina Rogers – flickr.com).