En el encuentro con jóvenes encarcelados emergen las preguntas más verdaderas, un testimonio de don Nicolò.

No es verdad que los chicos no tienen preguntas sobre Dios. Aún menos los de la cárcel de Casal del Marmo, que han llegado a ser tan importantes para mi vida y mi fe de hombre y de sacerdote. Cuando menos te lo esperas, te hacen preguntas difíciles: “¡¿Cómo se puede creer en uno que se deja clavar en una cruz?! ¡Me lo tienes que explicar!”, explota Bolivar un domingo por la mañana mientras estoy en la iglesia confesando. En cada uno de ellos vive la búsqueda de lo absoluto y la nostalgia del cielo, aunque demasiadas veces quedan sumergidas por cúmulos de barro y escombros. El rosario que llevan al cuello es a menudo el hilo que los mantiene unidos a la esperanza. La muerte de un amigo o de un pariente no los deja nunca indiferentes: se revelan capaces de establecer relaciones de respeto y cercanía.

Uno de los rasgos que quizás más que cualquier otro me llena de maravilla es la capacidad de los chicos para ser verdaderos. Y esto lleva a algunos de ellos a pedir recibir los sacramentos. Me he preguntado a menudo qué los mueve. Una respuesta es que, paradójicamente, en la cárcel las personas se encuentran. El encuentro entre mi libertad y la del otro, a veces frágil y provisional, pero cargado de eternidad, es capaz de desencadenar una fuerza tal que nos abrimos a algo más grande que está presente entre nosotros, que enciende una misteriosa chispa de verdad que mueve a cambiar. Pueden surgir de esta manera las preguntas más verdaderas, las que conducen a algunos a desear conocer y encontrar a Jesús. Con ellos leo el Evangelio. Y aquellas páginas cobran vida ante mis ojos. La parábola del hijo prodigo y del padre misericordioso obtiene siempre un gran éxito.

En Casal del Marmo no hay solo chicos cristianos. Hay muchos árabes de tradición musulmana que vienen de las zonas del Magreb. La mayoría de ellos es sensible a la presencia del misterio en la vida. Casi todos vienen a misa y de vez en cuando alguien se interroga sobre el cristianismo. Hace unos días, después de haber hecho catequesis con dos chicos italianos, me encuentro con Mohamed, que me pregunta qué es el libro que llevo en la mano. Es el Evangelio. Me lleva, me empuja dentro de una celda, cierra la puerta y dice: “Ahora me tienes que explicar todo lo que está escrito aquí”. Quiere saber si los cristianos creen realmente que Jesús volverá al fin del mundo para juzgar. Leemos juntos la página donde se indican los criterios sobre los que seremos medidos: estaba en la cárcel y me visitasteis… Toda vez que lo habéis hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi lo hicisteis. “Estaba en la cárcel, ¡¿realmente?!”, exclama sorprendido.

Sin embargo son los chicos que han cometido los delitos más graves los que más se preguntan sobre Dios, que se interrogan sobre la fe y sobre su vida. Uno de ellos, en la cárcel por homicidio, me decía que, aun habiendo recibido el perdón en la confesión, no lograba soportar el peso que oprimía su corazón por lo que había hecho.

Recuerdo sobre todo un chico de 16 años, Miguel, detenido por homicidio. Lo había conocido a principios de junio de hace unos años. Había ido a la cárcel expresamente para verme con él. Estaba en aislamiento, los otros chicos no lo aceptaban. En cuanto me vio llegar, me dijo: “Entonces aquí está la Iglesia”. “Sí”, le contesté, “soy un sacerdote. He venido para conocerte”. Encontré un chico profundamente turbado, silencioso, calmado, los ojos fijos en el suelo. Después de unos días me contó hasta los detalles de lo que había sucedido. Era el pensamiento que no le dejaba dormir por la noche. Le sugerí entregar todo a Dios, pedir Su perdón. Después, en las semanas de verano, nos hicimos amigos y él me dio su confianza.

Durante los meses siguientes, cada vez que llegaba a Casal del Marmo, Miguel me buscaba, me saludaba y me contaba acerca de sus jornadas. El domingo siempre estaba presente en la celebración de la misa. Un día se me acercó y preguntó: “Padre, pero ¿crees que Dios puede perdonarme por lo que hice?”. Es difícil olvidar la mirada que me ha dirigido en este momento. Le contesté que Dios es grande, que veía su corazón y podía perdonarle, si él lo pidiese. “Lo hago todas las noches antes de acostarme” me replicó. Sabiendo que Miguel no estaba bautizado, le propuse empezar un camino juntos para conocer a este Dios que perdona. “No tengo nada más que ofrecerte que leer juntos el Evangelio”. Ahora Miguel está en una comunidad donde, ayudado por otro sacerdote, continua su recorrido humano y de fe.

No es verdad que los chicos no tienen preguntas sobre Dios. Hace falta sin embargo saberlas interceptar y escuchar, asumirlas, descender con ellos hasta el punto de mayor desesperación para luego volver a subir, lenta y fatigosamente, a redescubrir la esperanza y una nueva oportunidad para la vida.

 

Nicolò Ceccolini es el vice-rector de la Casa de formación y asistente espiritual en el centro de detención de menores de Casal del Marmo en Roma. En la foto, durante una visita al instituto.

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