Recientemente, mis hermanos y yo nos sumergimos en la preparación de tres semanas de vacaciones muy intensas, dos de campamento de verano en nuestra parroquia y una en Chiloé con los jóvenes.
Preparamos este tiempo encomendándolo al Sagrado Corazón de Jesús y nos sorprendimos de cómo el Señor se tomó en serio nuestra iniciativa, obrando milagros.
Durante el campamento de verano hubo tres seminaristas colombianos enviados por el seminario diocesano. Su presencia fue importante. Su testimonio de fe profunda y de perdón −uno de ellos habló de cómo había perdonado a los que habían matado a su padre, asesinado por los guerrilleros en Colombia, y cómo había empezado a rezar por ellos− fue determinante para todos nosotros y para los chicos. Uno de los jóvenes se ha vuelto a acercar a la fe y a los sacramentos diciendo: «Ver de cerca que es posible perdonar me ha hecho creer que Dios realmente existe». Durante la asamblea final del campamento de verano −cuyo título era «Sigue la estrella», en referencia a María, protagonista de esta edición−, otro joven contaba: «He llorado de felicidad al ver algo como esto, me llena mucho. Sé que esta experiencia no se quedará en un recuerdo bonito y que volveré a ella con la memoria».
Al final de las vacaciones en Chiloé −una isla espectacular a unos mil kilómetros al sur de Santiago−, al cabo de cinco días de convivencia, momentos de oración, silencio y visitas a sitios preciosos, juegos al aire libre, sucedió algo que nos impresionó. El último día diferentes jóvenes, en pequeños grupos, se acercaron a los sacerdotes para pedirnos confesarse después de haber estado indiferentes durante mucho tiempo.
Me llevo a casa la conmoción del milagro de un acontecimiento que nunca podríamos generar solos y que solo Dios puede realizar: el hecho de que estos jóvenes se abran a la fe, obra de la Gracia, a la que nosotros damos todo nuestro corazón, toda nuestra alma y nuestra mente. El espectáculo de corazones que, conquistados por Él, se abren a Dios de un modo espontáneo para pedirle perdón, me ha recordado que el florecimiento de las almas aún es posible y que se da de forma gratuita. Se realiza por obra de la Gracia que nosotros, los sacerdotes, estamos llamados a invocar y encarnar.
El lugar de una compañía guiada, de gestos ordenados, exigentes y llenos de significado, propuesto con libertad y radicalidad, ha sido y sigue siendo la condición para el florecimiento de estos chicos y de cada uno de nosotros.
Alessio Cottafava es párroco del Divino Maestro en San Bernardo, Chile. Imagen: en la Colonia urbana, durante el campamento de verano de la parroquia.