De peregrinación a Loreto con una cruz de madera, descubriendo la nostalgia de Dios, presente en cada uno de nosotros.

«¿También pasasteis por aquí el año pasado?», nos pregunta un campesino mientras atravesamos Campolarzo recitando el rosario. «Sí, este año también vamos a ver a la Virgen de la Santa Casa de Loreto. Salimos de Asís, somos novicias y vamos con nuestras superioras». Inmediatamente, Roberto, que está trabajando con él, nos confía un dolor que lleva dentro: una joven prima suya se suicidó hace unos años. Pocos kilómetros más adelante, mientras caminamos al borde de la autopista, un coche que viene en dirección contraria se para y aparca. Baja un hombre y, al cruzar la carretera, sin importarle los coches que pasan a toda velocidad, se para para pedirnos que recemos por él. Viene del cementerio donde ha estado visitando a su hija, que «estaba enferma de anorexia y no pudo soportarlo», nos dice con una expresión sufriente.

Este año también hemos querido comenzar el año con las novicias con una peregrinación juntas hacia la casa donde la Virgen pronunció su sí. Sin embargo, esta vez llevábamos con nosotras algo más, un signo visible de nuestra condición de peregrinas: una cruz de madera detrás de la cual recorrimos 150 km de camino entre Asís y Loreto recorriendo la vía Lauretana.

Ante el paso de la cruz, muchas personas que iban en coche o a pie, se hacían el signo de la cruz, parándose un momento, asombradas ante la insólita escena de dos monjas y ocho jóvenes mujeres que caminaban.

Una señora que estaba barriendo su tienda interrumpió su trabajo, otras dos que estaban charlando, se pusieron a rezar. Una chica levantó su maleta y la llevó entre las manos para no molestar con el ruido de las ruedas nuestros cantos a la Virgen. Un chico en bañador, a la orilla de un lago, tras un momento de sorpresa, se hizo a escondidas el signo de la cruz. Al cruzarnos con un hombre anciano por la calle de un pueblecito, se llevó la mano a la boina y se la quitó, inclinando la cabeza con un gesto solemne y simple. Dos obreros que salían a trabajar a las seis de la mañana se pararon para observarnos, uniéndose a nuestro silencio.

Me conmovió ver tantos pequeños gestos de devoción, tantos corazones que, en mitad del trantrán de la vida cotidiana, se sintieron atraídos por la presencia de Cristo. Su reacción me volvió a recordar la nostalgia de Dios, que mora en cada hombre. Para algunos de ellos probablemente es una presencia lejana, aunque no desconocida para el corazón. Un hecho inesperado y, sin embargo, por su reacción, muy esperado.

¡Qué provocación pueden suscitar los signos de un gesto explícito! Una cruz, el hábito que llevamos, los cantos a la Virgen al caminar por el centro de Recanati y un rosario recitado por las calles de Tolentino permiten que Cristo vuelva a caminar por los caminos de nuestro mundo. Son los signos de una presencia viva con la que el hombre espera encontrarse.

 

Imagen: durante la peregrinación hacia Loreto.

lea también

Todos los artículos