Un hilo rojo. 37 años no son pocos. Para las estadísticas ya he vivido casi la mitad de mi vida. Un hilo rojo mantiene unido cada instante. Pienso en mis abuelos. En mi abuela, que me enseñó a rezar. Iba con ella a misa. Me enseñó que Dios es una persona concreta y real. Pasé muchísimo tiempo con mi abuelo, en el estadio viendo al Brescia o caminando por las playas de Liguria en verano. Cuántas cosas me enseñó, sobre todo que en la vida vale más un apretón de manos que cien acuerdos ante un notario.
Desde niño recuerdo los partidos de fútbol como portero, los domingos de monaguillo en misa, las carreras en bicicleta por las calles de Rodengo, donde vivía con mi familia y con mi hermano Alberto. Después, mi primer paso: Brescia, bachillerato clásico. Un mundo nuevo, la ciudad. Con algunos compañeros de clase nació una bonita amistad. Estábamos vivos, seguramente éramos inmaduros, pero queríamos ser una presencia. Nació en mí la pasión por la política, hasta el punto de llegar a tener algunas responsabilidades a nivel provincial y regional en uno de los partidos nacidos tras la disolución del DC (Democracia Cristiana).
La pasión por la política fue lo que provocó que nuestro profesor de filosofía entrase en relación con nosotros. Casi todos los sábados, después del colegio, hablábamos de política, de filosofía, de historia, de Dios. Entendí muchos años más tarde que hacía con nosotros una especie de asamblea de GS (Gioventù Studentesca). Era una persona diferente a las demás: nos proponía leer autores de los que no habíamos oído hablar nunca. Al terminar el colegio me invitó al Meeting de Rímini. Me quedé fascinado. Sin haber podido superar el examen de acceso a Medicina, él fue quien me propuso estudiar Ciencias Políticas.
Otro paso, de la ciudad a la metrópolis. Milán, la universidad Cattolica, el encuentro con el CLU, aunque no supiese bien qué era. En realidad, sabía bien quienes eran: los que lo sabían todo, los que tenían apuntes de todas las asignaturas, los que organizaban grupos de estudio para superar los exámenes más difíciles. Me pegué a ellos por comodidad, hasta que un día me di cuenta de que la fe que mis padres me habían enseñado, con el movimiento adquiría un respiro más amplio y profundo. Fue mi sí a CL. Años bonitos de encuentros, de presencia viva en la universidad. Cuántos rostros, cuántas historias. Durante el retiro de preparación para mi diaconado en Vitorchiano, encontré con su familia al chico que me presentó hace más de diez años, en mi primer año en la Cattolica, al responsable del CLU. El hilo rojo.
Con 23 años terminé la universidad y me llegó una propuesta que no podía rechazar: trabajar en la oficina de prensa de la Compañía de las Obras. Primer encargo: el funeral de don Giussani. Años intensos y bonitos, trabajando también para las oficinas de prensa del Banco de alimentos y Banco farmacéutico. Cuántas historias de pobreza encontré, cuántos pequeños milagros. Con 25 años, durante una confesión en el Duomo, un cura me dijo: «¿por qué no eres sacerdote?». La confusión inicial y la pregunta que durante un mes no me dejó tranquilo. Hablé con un amigo sacerdote y empecé un camino de verificación que duró cuatro años. Mientras tanto llegaba la propuesta de escribir sobre deportes en un nuevo periódico online, ilsussidiario.net, y con el tiempo asumí la responsabilidad de la redacción de deportes. Otros encuentros, otros compañeros de camino, siempre verificando la hipótesis del sacerdocio. Hasta que un día, a finales de abril del 2011, después de una conversación con don Massimo, di mi sí. Me sentí amado. Era un domingo de primavera, el cielo azul, eran los primeros días de calor. Entonces, me di cuenta de que Dios, mi corazón y mi razón se encontraban en el mismo plano. «Señor, te doy mi sí, decide Tú qué hacer». Al cabo de pocos días, la llamada de don Massimo: «Te espero en Roma». Seis años en Boccea, muchísimos encuentros y rostros que han hecho una parte del camino conmigo. Los ancianos de la residencia, las familias del barrio romano Spallette, los jóvenes de la cárcel de menores o los alumnos del Magliana, así como todas las personas que conocí durante el año en Kenia, en el verano en Viena o en estos dos años en España. Un hilo rojo une todo. No solo Dios ha puesto una semilla en mi corazón, sino que siempre me ha protegido y no ha permitido que se rompiese. El 22 de junio, dentro de mi sí estará también el sí de todos aquellos que he conocido. Un hilo rojo une 37 años en una historia. La de mi vida.
(En la imagen, un momento durante la ordenación de Francesco Montini, junio 2019 – foto Masi).