Al mirar mi vocación veo muchas cosas que me impresionan. Lo que más me sorprende es darme cuenta de cuánto tiempo hace que Dios ha preparado este camino para mí. El recuerdo más lejano que tengo ligado a la vocación es de los inicios de los años 90, cuando iba a primaria. Durante la hora de religión, nuestro párroco explicaba quiénes eran los apóstoles. Según él, los apóstoles estaban completamente impresionados por lo que Jesús decía, de modo que, cuando Él se iba, ellos simplemente le seguían. En aquel momento recuerdo que pensé: «Claro, ¡esto es lo más justo! Si encuentro a alguien así, ¡no lo dejo ir! Merecerá la pena seguirle allá donde vaya». Este «allá donde vaya» ha tomado más tarde, en mi vida, formas y distancias imprevisibles, no solo en aquel momento. Pero la intuición original era adecuada: merece la pena seguir a alguien así.
Además, pienso en el hecho de haber conocido a varios sacerdotes, algunos de los cuales eran parientes míos. Les agradezco que me hayan hecho ver la grandeza y la belleza de la vocación sacerdotal. Particularmente, me acuerdo del encuentro con el movimiento de Comunión y Liberación. Participé en mi primera escuela de comunidad solamente porque me invitó una chica guapa. Jamás habría podido imaginar para qué habría utilizado Dios esta ocasión.
Recuerdo que el momento decisivo de mi vocación sucedió cuando la propuesta del movimiento entró de lleno en mi cotidianidad. Se concretó en el compartir piso con un amigo de la comunidad. La casa de Praga de la Fraternidad San Carlos se convirtió para nosotros en un modelo a seguir para vivir plenamente el carisma de don Giussani. Realmente, nuestra vida era diferente a la de los curas que vivían allí. Pero, para aprender a vivir la atención al otro, el compartir la vida y la oración (el Angelus por la mañana y el Memorare por la noche), la ayuda de la casa de la Fraternidad San Carlos fue insustituible. Mirándoles, surgió en mí una pregunta: «¿Acaso no quiero vivir yo lo mismo?».
Ahora formo parte de la misma casa. Soy profesor de física y religión en un colegio católico en Praga, donde también soy el capellán. Me encuentro tan bien que no ha habido un solo día en este año en que no haya ido gustosamente al trabajo. Pero al mirar mi pasado entiendo cada vez más que este gusto por trabajar, el querer estar con los alumnos, se debe al hecho de que cada tarde vuelvo a casa con ganas.
Mis hermanos, incluso en los gestos más sencillos, me recuerdan Quién me ha llamado, Quién me ha confiado la tarea que realizo y Quién está siempre a mi lado. Crean para mí una casa en la que quiero vivir porque ahí puedo estar con el Señor. Y puedo responder a su llamada con una alegría que no es de este mundo.
(En la imagen, un momento de la ordenación como presbítero de Marek Mikulastik, junio 2019 – foto Masi).