¿Por qué vamos a la misión? Hoy la respuesta a esta pregunta no es para nada evidente. Una mentalidad difundida en muchas organizaciones internacionales, apoyada por los medios de comunicación e incluso por el cine, plantea en efecto objeciones radicales que pueden convertirse también en nuestras. Todas las religiones serían en el fondo equivalentes y, si los hombres se salvan en cualquier caso, imponer a otros pueblos visiones y valores occidentales es un acto de violencia, fuente de inútiles sufrimientos. En definitiva, quien no conoce a Cristo tiene todo lo que le sirve para vivir y vivir bien.
¿Para qué entonces ir a la misión? ¿Para qué dar la vida para anunciar que Dios se ha hecho hombre, Jesús de Nazaret?
Para responder quiero contar tres experiencias.
Valeria es una chica de Taiwán, hija de emprendedores, que ha estudiado italiano en la Universidad Católica de Fu Jen, donde enseñan nuestros sacerdotes. Recuerdo un diálogo con ella, durante una de las visitas a nuestra casa en Taipéi. Estábamos paseando por los puestos del mercado, delante de nuestra parroquia de Taishan. En ciertas tiendas, la luz queda encendida día y noche, en otras los vendedores echan el cierre y duermen en el mismo lugar donde han trabajado todo el día. Una vida sin pausas.
He preguntado a Valeria qué era lo que generaba una cultura del trabajo y de la fatiga como esta. Me ha respondido segura, sin tener que pensarlo: “Nosotros los chinos somos muchos, somos como números. Si uno de esto comerciantes cediera al cansancio, sería sustituido al instante. Hay una fila de gente esperando, lista para tomar su lugar.” “Aquí todos defienden el espacio que han conquistado y nadie tiene piedad de nadie”.
Padre Cornelio es un misionero de Friuli, ya anciano. Lo conocí hace unos años. Es un hombre jovial y culto, siempre muy activo, que hoy dirige la comunidad religiosa que ha fundado en Tanzania.
Un día le pedí que me hablara de su misión. La religión más difundida en la zona rural donde vive es una forma de animismo, basado en ritos mágicos antiquísimos. El cristianismo se está difundiendo lentamente. Padre Cornelio entra todos los días en las casas y en las chozas para ver a la gente. El tejido social donde se sumerge está muy herido. “Los hombres, en muchos casos, se conciben y se comportan como los dueños de las vidas de sus familiares”, me decía. “Tratan a mujeres e hijos como si fuesen cosas de su propiedad. En las habitaciones donde entro encuentro a menudo una dureza terrible, que pero todos viven como dándola por descontada”. “Después de tantos años, he entendido que donde se cultiva la magia también las relaciones más intimas son sin amor”.
Finalmente la historia de Chris, un hombre de cuarenta y dos años que ha pasado los últimos veinticuatro en una asilo de ancianos en Broomfield. De él me han hablado nuestras misioneras que viven en Colorado.
Chris nació gravemente espástico y no puede caminar. Tiene dificultades incluso para hablar, pero es muy brillante. Su padre murió hace tiempo, mientras su madre, después del divorcio, se ha vuelto a casar y ha tenido otros hijos. Chris pero la ve muy raramente. Casi nadie lo visita. El año pasado una de las gerentes de la residencia lo señaló a nuestras hermanas justamente porque estaba siempre solo. Desde entonces se ven todas las semanas y cada vez él las acoge con alegría. “Todos me miran y sólo ven la silla de ruedas. Me tratan como un adolescente”, dijo. “En cambio ellas ven algo más”.
Para Pascua recibirá el bautismo. Dice que en la Iglesia hay un amor que no ha visto en ningún otro lugar y que ya no quiere perder.
No es verdad que los que no conocen a Cristo tienen todo lo que necesitan para vivir. Los cristianos aportan algo que los hombres buscan de muchas formas, y sin embargo no se lo pueden dar a sí mismos. Aportan una novedad y una verdad, cuyo signo son relaciones más humanas, marcadas por una delicadeza, por una fidelidad, por una atención y un respeto que de otro modo permanecerían extraños incluso a los afectos más naturales. Por esto sentimos tan razonable la invitación que Juan Pablo II nos hizo en ocasión del los treinta años de Comunión y Liberación, hace ya varios años. Las palabras pronunciadas por él ese día continúan describiendo el sentido de nuestra vida: “Id por todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo Redentor”.
En la foto, Paolo Di Gennaro, párroco de la Iglesia de los Pastorcitos en Alverca (Portugal), guía un momento de cantos con un grupo de jóvenes.