Alcune settimane fa, abbiamo proposto agli universitari di Comunione e Hace unas semanas propusimos a los universitarios de Comunión y Liberación de México hacer una convivencia de una semana cuyo centro fuese hacer una caritativa «intensiva». Los jóvenes se encargaron de organizar un programa para los niños de la parroquia que consistía en comer con ellos, preparar algunas catequesis, proponer talleres y juegos. Al mismo tiempo, fue para ellos una ocasión de hacer experiencia de una vida comunitaria estrecha.
El día comenzaba con los laudes y una breve introducción sobre algún aspecto de la liturgia (la misa, la confesión, etc.). Dedicábamos toda la mañana a preparar talleres, catequesis y hacer la comida. A la una empezaban a llegar los primeros niños acompañados de sus padres. Mientras llegaba el resto, improvisábamos algún juego. Cuando estaban todos, tras una breve oración en la iglesia, comíamos. Por la tarde, cada universitario era responsable de tres o cuatro niños. Entre cantos, catequesis, talleres, merienda y juegos, el tiempo pasaba volando. Sin que nos diéramos cuenta ya era la hora de despedirse de ellos.
No se puede vivir y entender la fe sin jugársela en un gesto concreto
En la asamblea final que hicimos con los universitarios, había dos cosas que todos reconocieron con gratitud y asombro. Por una parte, la construcción de una amistad sincera y grande, favorecida por una convivencia estrecha, imposible en el mundo individualista en que estamos acostumbrados a vivir. Tiene que haber algo más grande que haga posible la comunión. Uno de los jóvenes decía que tiene que existir necesariamente un «cauce físico» para poder conocer a Dios. Para él, las personas con las que había convivido durante toda la semana habían sido este canal. Esta es la experiencia de la Iglesia.
El segundo gran descubrimiento fue la belleza de la gratuidad, de la caridad, del donarse. Sacrificar tiempo y energía por los demás nos realiza como personas, nos hace crecer al asumir responsabilidades y, sobre todo, permite que nos conozcamos a nosotros mismos y a Dios. En lo que contaban los universitarios durante la asamblea final, vi una estrecha e íntima relación entre fe y caridad. No se puede vivir y entender la fe sin jugársela en un gesto concreto. Al mismo tiempo, la caridad sin la fe no puede alcanzar la profundidad del amor verdadero.
Me sorprendió la gracia que recibieron estos jóvenes al participar en el gesto que les habíamos propuestos. Fue una gracia real, concreta, mediante la cual Cristo les alcanzó. Para muchos de ellos, la oración comunitaria, la misa, la confesión, la meditación personal y silenciosa les permitió volver a descubrir la belleza de vivir la relación con Dios. Sucedió algo nuevo que les reavivó la fe.
Al terminar la convivencia misionera, cada uno volvió a su casa, a su quehacer diario. ¿Qué quedó de la experiencia vivida en esos días? Lo supe dos semanas más tarde, durante una escuela de comunidad con los mismos universitarios: la experiencia vivida les permitía comprender mejor también la escuela de comunidad. Ahí di un paso de conciencia: sin la vida comunitaria, la escuela de comunidad no se entiende, se convierte en algo frío y abstracto. Y viceversa: sin la escuela de comunidad donde se da un juicio sobre lo vivido, la experiencia solo se vuelve en un bonito recuerdo del pasado, sin una incidencia real en la vida cotidiana.