La caritativa con los chicos de la calle, las vacaciones con los jóvenes, los campus de verano parroquiales: la belleza de la comunión es expresión de la misericordia de Dios. Un testimonio desde Chile.

No ha sido un año sencillo, sobre todo por aquellas situaciones difíciles que el Señor nos ha pedido que afrontemos. Ante lo que ha ido sucediendo nos hemos preguntado: ¿qué nos pide el Señor? La respuesta siempre es la misma: construir aquella parte del reino de Dios que Él nos ha confiado, desde el cuidado por nosotros mismos hasta llegar a nuestros queridos hermanos chilenos. Lo más bello es que nuestra gente nos quiere y nos sostiene. Siguen confiándonos a sus hijos para que vayan a la Colonia urbana y a catequesis, y están contentos.

Seguramente, la caritativa ha sido una de las cosas más bonitas de este año. Llevaba años intentando que saliese y finalmente ha sido posible. Lo mejor es que no ha sido un proyecto mío. Todos los martes, cuando iba a la capilla de José Obrero, me encontraba con muchos niños de la calle. Iba y estaba con ellos, después tenía adoración eucarística, rezar el rosario, estar con las personas que querían hablar conmigo y celebrar la misa. El resultado es que no conseguía estar realmente en ningún sitio. Este año, Camillo, un chico del Clu, sin que yo le pidiese nada me dijo: «Lorenzo, quiero ayudarte en José Obrero. ¿Qué puedo hacer?». «Ven y juega con los niños, puedes estar con ellos». Empezó a ir todas las semanas. ¡Una fidelidad impresionante! Empieza jugando con ellos y luego meriendan. Después viene lo más sorprendente. A las 20h hay misa. Entonces, Camillo se despide de ellos, pero para estos niños lo más normal del mundo es seguirle. Desde el primer día, casi todos van a la misa más humilde de todo Santiago, donde quienes hacen las lecturas apenas saben leer. Pero allí se reza, y los niños, con la cara y las manos manchadas de tierra, se arrodillan, responden copiando las palabras que dice Camillo, y, por turnos, hacen de monaguillos. Nadie les ha dicho nunca: «¡debéis ir a misa!».

Esta historia me hizo entender algo importante, que tiene mucho que ver con la educación y la transmisión de la fe. Los niños no hacen aquello que les indicamos que hagan. Los niños quieren mirar lo mismo que miran las personas que quieren y por las que se sienten queridos.

Habiendo visto este milagro, empecé a dirigirme a ellos durante las homilías. Ayer, por ejemplo, hicieron una guerra con cometas y ganaba quien consiguiese cortar al vuelo el hilo de las cometas enemigas. Durante la merienda les conté la historia de una cometa llamada Camillo, la más grande y ágil de todas. Ganaba siempre y era admirada por el resto de cometas. Un día, empezó a pensar que si consiguiese cortar el hilo que la tenía ligada podría ser libre. Así, cortó el hilo y…¡zas! «¿Qué pasó, niños?», «¡se cayó! ¡murió!», «¡muy bien!». Entonces, la cometa Camillo entendió que aquel hilo era lo que le hacía ser verdaderamente libre, lo que le daba la vida. En misa, el Evangelio decía: «el que se humilla, será ensalzado». El verbo que se usa para decir «volar» y «ensalzar» es el mismo. En la homilía, les pude decir el nombre de aquel hilo que nos libera y que nos hace estar vivos.

Desde el día en que vino Camillo, empezaron a ayudarle otros seis chicos del Clu. Los niños suelen ser entre diez y quince. Lo más bonito de la caritativa es que comenzamos caminando por las calles del barrio. Vamos llamando a los niños uno a uno por sus casas. Algunos ya nos esperan impacientes delante de la iglesia.

Termino contando la gran consolación que me ha regalado el Señor ante la crisis que está atravesando la Iglesia. Dos chicas del Clu participaron en el sínodo diocesano sobre los jóvenes. Estaban dolidas ante las propuestas “anárquico-revolucionarias” de varios jóvenes y una de ellas lloraba. He percibido en estas jóvenes el gran fruto de nuestra misión: el amor a la Iglesia. Quizá esto es lo más necesario en este momento: gente que ame a la Iglesia con sus heridas. Durante una asamblea del Clu estas chicas contaron lo que habían visto. Dijeron que se habían encontrado por primera vez con el rostro universal de la Iglesia. Un rostro herido, pero mucha gente pide una Iglesia como la que ellas han conocido en el movimiento. «Todos piden ser acompañados. A nosotros esto nos ha sucedido», contaban. «Se nos acompaña a mirar toda nuestra vida, desde el estudio hasta la relación con el novio. Todos piden que la propuesta cristiana sea cercana a la vida. A nosotros se nos ayuda a comparar todo con Cristo. Durante el sínodo, nos encontramos con personas que tenían las mismas preguntas, pero no tenían a nadie con quien buscar la respuesta. Nos hemos dado cuenta de cuánto hemos recibido. La Iglesia que todos desean sin saberlo es la Iglesia que nosotras hemos encontrado».

Al terminar la asamblea, todos tenían una cosa clara: ¡El Señor no ha abandonado a su Iglesia!

 

(Lorenzo Locatelli es vicario de la parroquia Beato Pietro Bonilli, en Puente Alto, Santiago de Chile. En la imagen, un momento durante las vacaciones de invierno con los chicos de la parroquia).

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