Graves caídas y grandes ímpetus

Cascos, un boli, un cuaderno y el mar. Una visita a Génova para recuperar una mirada verdadera sobre los jóvenes.

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Los jóvenes de la parroquia Santa Giulia, en el paseo marítimo de Génova Nervi.

Seamos sinceros. Los adultos nos ponemos nerviosos cuando los chavales pasan demasiado tiempo con el móvil. La mayoría de las veces no podemos soportar la música trap o el rap. Si, además, pasan un día en babia, decimos que están adolescentes. Sin embargo, el sábado pasado sucedió algo inaudito.

Visitamos Génova con alumnos de bachillerato. Sesenta y cinco adolescentes desganados y medio dormidos cogieron el autobús en Turín. Les di a todos un cuaderno y un boli. Respondían a duras penas mientras pasaba lista. Tras una hora de viaje, alguno de los que se sentaban al fondo despertó y encendió el altavoz de bluetooth. «¡Bueno, hay algo de vida!», pensé. Pero, inmediatamente, empezó el suplicio, al menos en mi opinión: Emis Killa, Tedua, Ernia, Geolier.

Llegamos a Génova y, como imaginaba, el pasotismo seguía presente mientras paseábamos por las calles: «Estoy cansado, ¿cuándo llegamos?»; «¡Tengo hambre!»; «¿Génova no tenía mar?»; «¿Sabes dónde puedo comprar una focaccia?». Las calles de Génova son preciosas. La catedral es majestuosa, pero los chicos se contagiaban entre ellos la desgana, que parecía impregnar todo el ambiente.

Paseando por las callejuelas me impresionaban los colores, la ropa tendida en las ventanas, los rostros de los ancianos. Me recordaba a Nápoles, mi primer destino de misión. Mientras tanto, los chicos se hacían selfies en un escaparate enorme donde ponía: Kiss me!

Llegamos al puerto, tiempo libre. Fui a comer una focaccia por el paseo marítimo y conmigo vinieron diez chavales. Comimos mientras soñábamos con los barcos que nunca tendríamos. Cuando volvimos al autobús, pregunté al resto qué habían hecho durante la comida: «Nada, una vuelta por ahí…»; «Nos hemos quedado en el parking comiendo…»; «Hemos comprado bisutería en los puestos…». Yo empezaba a pensar que los periódicos tienen razón. ¿Es posible que nada les asombre?

Más tarde, el autobús nos llevó a Nervi y dimos una vuelta por la Passeggiata Anita Garibaldi. Llegamos a un espacio abierto con vistas al mar y yo, deseando cambiar el tono de la jornada, les dije a todos: «Ahora nos damos media hora. Tenéis los cascos, el móvil, un cuaderno y un boli. Y, sobre todo, el mar. Escuchad las canciones que os voy a mandar por el grupo y mientras tanto leed el texto que hay en el cuaderno».

Eligieron el borde más alto de las rocas, como si quisieran abrazar con la mirada todo el mar

Les mandé por nuestro grupo de WhatsApp una canción de Anastasio, el rapero (Correre), otra de Madame (MamiPapi) y una de Anas, nuestro Anastasio (Se tu sapessi). Los chicos se dirigieron hacia el paseo marítimo. Alguno se sentó en un banco, otros se apoyaron en el murete del paseo. La mayoría fue hacia las rocas que daban al acantilado.

Preocupado, fui tras ellos. Eran unos treinta. Iba a regañarles, pero me contuve. Era el primer paso que daban en todo el día. Los jóvenes se dan trompazos, pero también llevan dentro un ímpetu grande. Eligieron el borde más alto de las rocas, como si quisieran abrazar con la mirada todo el mar. No había pensado en ello, me sorprendió. Observé cómo escuchaban la música y miraban el agua como si fuese la primera vez. Muchos escribían, alguno leía: «Mami, dime que siempre se puede perdonar un error», dice la canción de Madame. Las letras contenían mil sugerencias sobre las que reflexionar. Pasaban los minutos y los chicos no daban muestras de querer moverse. Se quedaron ahí, mirando el mar, escuchando las canciones. Fui a llamarles. Volvieron en silencio al punto de encuentro. Rezamos y fuimos a tomar un helado. En sus ojos se percibía una paz y una alegría que no había visto antes. El malestar en los adolescentes existe, los periódicos tienen razón. A pesar de ello, los adultos, aparte de criticar, ¿tenemos tiempo para escucharlos y ver qué les gusta? Tal vez encontremos algo bueno también en la música rap y trap. ¿Tenemos el valor de proponer algo grande, de arriesgar caminos que no habíamos imaginado? ¿O solo los miramos como un problema, preocupados de que entren dentro de un esquema? Génova me ha enseñado a mirar a los jóvenes con esperanza: tienen graves caídas que hemos de perdonar, pero también llevan dentro un ímpetu grande, que conviene sostener.

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