Este año Gianluca Carlin y yo también estuvimos de peregrinación en Asís con un grupo de jóvenes de nuestra parroquia de Colonia.
Esta convocatoria se ha convertido ya en una tradición. Desde hace algunos años proponemos peregrinar durante una semana desde Città di Castello hasta Asís para conocer a san Francisco en los lugares donde vivió. Gianluca la propone a sus alumnos del colegio y en la parroquia invitamos a los chicos que terminan el recorrido de preparación a la confirmación.
La primera vez fue en el 2010, cuando, siendo seminarista, pasé en Colonia mi año de formación en el extranjero. La peregrinación fue una auténtica aventura. El recorrido, menos concurrido que el del Camino de Santiago, no siempre estaba bien señalado. En las encrucijadas a menudo teníamos que detenernos a pedir indicaciones. Yo conducía una pequeña furgoneta para transportar las maletas y me ocupaba de comprar todo lo necesario para las pausas del camino. El primer día fue un verdadero desastre: había llovido abundantemente y comimos de pie, deprisa y corriendo, porque no habíamos conseguido encontrar un refugio. La antigua parroquia donde paramos solo abría durante el verano. Teníamos la moral literalmente por los suelos.
Sin embargo, en mitad de este caos pudimos descubrir algo: caminando, encontramos una vieja cabaña aislada en mitad del bosque que dos ancianos habían arreglado para acoger a los peregrinos. Desde entonces, esta cabaña es una parada indispensable para nuestra peregrinación, y los dos ancianos se han convertido en abuelos de todos aquellos que acompañamos. Su hospitalidad, sencilla y calurosa, no se transmite con las palabras sino a través de los gestos, en el cuidado con el que nos acogen y en la naturalidad con la que comparten con nosotros su mesa. Para los jóvenes es uno de los momentos que más se les queda grabados en la memoria.
Durante el camino rezamos, cantamos juntos y cada día leemos un fragmento del Evangelio según San Juan: el primer encuentro con Jesús, la curación del ciego de nacimiento o el episodio de la traición y del sí de Pedro, aquella pregunta que le hace el Resucitado en el lago de Genesaret: ¿Me amas? En muchos trayectos mantenemos un clima de silencio.
Para mí la experiencia de cada año es nueva. Siempre sucede algo. Cada año siempre hay alguien que se deja provocar.
Después de haber escuchado el fragmento del Evangelio, es sencillo entablar profundos diálogos con los jóvenes. Únicamente bastaría el breve intercambio de palabras entre Jesús y los dos primeros discípulos: ¿Qué buscáis? Maestro, ¿dónde vives? Venid y veréis.
«Y vosotros –pregunto–, ¿qué buscáis en esta peregrinación y en vuestra vida?» Es una explosión de pregunta. El camino se convierte para muchos en el comienzo de una búsqueda común, en el inicio de una respuesta.
A lo largo del recorrido, muchos lugares recuerdan a san Francisco. En Asís cada piedra habla de él. A los chicos siempre les impresiona la cantidad de gente que hoy en día desea conocer y encontrarse con la figura de aquel joven impetuoso que lo dejó todo y prefirió seguir a Cristo en el amor hacia los últimos. La belleza del paisaje también ayuda a identificarse con el asombro y la gratitud de san Francisco hacia el Creador.
Suele ocurrir que los jóvenes pidan que les cuente la historia de mi vocación. ¿Realmente Cristo puede llenar nuestro corazón? ¿Cómo entendiste cuál era tu camino? ¿Qué quiere Dios de mi vida? Este es el desafío que se encuentran entre las manos al volver a casa.
(Davide Matteini es vicario en la unidad pastoral de Kreuz-Köln-Nord, en Alemania. En la foto, una vista de Asís).