Hacer la caritativa en un hospital para personas sintecho: un testimonio desde Hungría.

En Budapest, hace un año empezamos una nueva caritativa en un hospital público para personas sintecho. En la mayor parte de los casos, son personas que sufren problemas de alcoholismo y muchas veces llegan al hospital en condiciones críticas, tras haber sido recogidos en la calle por ambulancias. A veces, en invierno, las encuentran en la nieve medio congeladas. Por este motivo, a muchos les han tenido que amputar partes de las piernas o de los brazos. Junto con el padre Alessandro, vamos a verles cada domingo por la mañana, después de la misa en la parroquia. También vienen algunos amigos de la comunidad de CL. Vamos pasando por las habitaciones de la segunda planta, nos quedamos a charlar un rato con ellos, a veces tomamos un café o leemos un libro. Tras varios meses de caritativa, yo también he podido llegar a comunicarme con la ayuda de alguno que me traduce en inglés o en italiano lo que me dicen los pacientes.

María nos espera en una sala común, donde la televisión está permanentemente encendida. Proviene de un pequeño pueblo a cientos de kilómetros de Budapest. Nos cuenta que hace años trabajaba como camarera. Tiene hijos, pero desde hace meses ellos ni siquiera saben que ella trabaja en el hospital porque no tiene modo de contactarles. No es la primera vez que alguien que ha acabado viviendo en la calle me dice que tiene parientes cercanos con los que ha perdido todo contacto. Pienso en cuántas historias familiares dolorosas tendrán estas personas a sus espaldas, que han terminado prácticamente abandonadas. Cuando nos ve, María sonríe. Se alegra de que vayamos a verla y espera este momento. Me pregunta si Italia es bonita, si echo de menos a mi familia, si me gusta Hungría, etc. Intento responderle con lo poco que sé de húngaro. Entonces, ella añade algo que no entiendo. Alessandro sonríe: «ha dicho que tienes unos dientes muy bonitos». Le agradezco su extraño cumplido. También me encuentro con Sandor, quien había sido actor en un teatro de Budapest. Después de una disputa con su jefe por cuestiones de mujeres, perdió el trabajo y terminó en la calle. Es un apasionado de los cómics de Marvel, hasta el punto de que los tiene tatuados por todo el cuerpo.

Pasamos a ver a Marika, que tiene los pulmones destrozados por haber fumado tanto y ahora debe estar permanentemente enganchada a un aparato de oxígeno. Nos acoge desde su cama con una amplia sonrisa y nos dice que cuando vamos a verla siente energías positivas. Tiene una especial fijación con el tema de las energías positivas y negativas, pero al final siempre nos pide que recemos un Ave María: la energía positiva ha encontrado un rostro y un nombre.

En el hospital no tienen una capilla donde poder celebrar misa pero en cada visita, antes de irnos, invitamos a los pacientes a rezar juntos para encomendarnos a Jesús.

Hemos conocido a Zoltan, un gitano que cantaba –nos enseña sus vídeos en youtube–, pero después le dio un ictus y se quedó semiparalizado. Me pide que le cante algo y lo primero que me viene a la cabeza es una antífona mariana. Le digo que es un canto a la Virgen, ¡nunca lo habría hecho! Zoltan pertenece a una secta pentecostal. A partir de entonces, cada vez que vamos a verle, intenta que reneguemos de la fe católica. Como respuesta, le invitamos a rezar juntos un Padre nuestro, terreno sobre el que estamos de acuerdo. En ocasión de la pasada Navidad, organizamos un momento de fiesta con dulces hechos en casa, villancicos y felicitaciones. Vinieron quince personas, algunos en silla de ruedas, llevados por nuestros amigos, otros que se acercaban lentamente con andadores. A todos les asombraba el hecho de que alguien se interesase por ellos y quisiese celebrar con todos juntos la Navidad.

Ahora mi oración tiene el contenido de nuevos rostros, aquellos a través de los cuales Cristo ha llamado y sigue llamando a la puerta de mi vida.

 

(Michele Baggi, ordenado sacerdote en junio del 2018, está de misión en Budapest [Hungría], donde ha pasado su año de diácono. En la imagen, una calle de la ciudad. Foto Erin Johnson).

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