Romano Christen es el rector del seminario diocesano de Colonia: su testimonio sobre la vida de la Iglesia en Alemania.

Llegamos aquí, a Colonia, el agosto de 2019, después de haber vivido en Emmendingen, la ciudad donde abrimos nuestra primera casa en Alemania, en 1994. Desde el 2015 soy rector del seminario diocesano, un nombramiento que por entonces me sorprendió a mí y a tantas otras personas. Era imprevisible que se diese un encargo tan importante a un extranjero, a un cura no diocesano, proveniente de un movimiento y sin títulos académicos o doctorado. Y que esto sucediese en la diócesis, sede metropolitana, más importante de Alemania, que cuenta con más de mil sacerdotes. Fue el sucesor de Meisner, el cardenal Woelki, quien me ofreció el cargo.

La tarea de rector es delicada pero estimulante. Ante cada seminarista, se me pide servir en él a Cristo y la obra que ha empezado. Tengo que educar a los seminaristas en una estatura de sacerdotes santos y misioneros: de otra manera no resistirían, teniendo además en cuenta la situación de la Iglesia en Alemania. Nuestro cardenal ha definido esta situación como “dramática”, similar a los años que precedieron la Reforma. Como otros países, los hechos de los abusos sexuales en menores por parte de algunos sacerdotes han desencadenado en los medios y en la sociedad una justa consternación, pero también una condena generalizada hacia la Iglesia y sus representantes. ¿Cómo actuar ante tal aversión? Se buscaba encontrar y desenmascarar a un culpable. Y se culpabilizado al mismo sistema de la Iglesia, su estructura, su formación. Para identificar los puntos afectados, los obispos han proclamado un proceso sinodal en el que un grupo restringido de laicos y obispos afrontará los cuatro temas considerados decisivos para realizar una sanación: el ejercicio del poder, la renovación de la moral sexual, la reformulación de la formación de los sacerdotes, una mayor valoración de la mujer. El camino del sínodo durará dos años, pero está claro desde ahora lo que la mayoría pide. En muchas partes se pide la participación de los laicos a todos los niveles; el reconocimiento de las parejas homosexuales, concederles la posibilidad de bendecir su unión; el abandono de la obligación del celibato para los sacerdotes; el acceso al sacramento del orden sacerdotal para las mujeres.

Hace un tiempo, el Papa realizó un gesto: escribió una carta a los fieles alemanes en la que subrayaba que una reforma debe consistir en una renovación del impulso de evangelización y que cada propuesta de cambio debe suceder dentro de la comunión con la Iglesia universal. La carta tuvo un efecto extraño: alabada por todos, después fue sustancialmente ignorada. Hace un año hubo una discusión en la Conferencia episcopal respecto a la posibilidad de que los cónyuges protestantes accediesen a la eucaristía. La mayoría de los obispos estaban a favor y la discusión llegó a Roma. Después de esto, cada obispo ha resuelto la cuestión a su modo. Si en la diócesis de Colonia esta práctica ha permanecido siendo ilícita, en otras diócesis los párrocos pueden concederla tranquilamente.

No sé a dónde nos llevará el camino sinodal. Son muchas las fuerzas que sostienen las demandas más progresistas. Son favorecidas no solo por los obispos, sino por los miembros de muchas asociaciones de fieles. Parece que a nivel general se cede. Es grande la tentación de resignarse o defender con los dientes una posición. Pero esta no quiere ser nuestra respuesta. La primera vez que vino a vernos don Massimo a Colonia nos dijo: «Está llegando a término una época, debe surgir otra. Si vivimos de modo inteligente nuestro carisma, seremos factores auténticos de reforma: no enterradores del viejo, sino que ayudaremos a que nazca el nuevo…».

(Romano Christen, 60 años, sacerdote desde 1992, es rector del seminario de la diócesis de Colonia, en Bonn, Alemania. Imagen: fiesta de los 25 años de presencia de la Fraternidad san Carlos en Alemania y de los 10 en Colonia, octubre 2019).

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