Existe una disponibilidad a ofrecer la vida que nace de la conciencia de haber recibido un gran regalo. De haber sido tomados al servicio del Señor del mundo. Nace de una alegría que nos permite mirar con simpatía la frase de Jesús: “ustedes son siervos inútiles”. No es importante el lugar específico que uno ocupa, si uno está arriba o abajo, si es reconocido o olvidado por los hombres. La única medida es entregarlo todo por el ideal que nos ha alcanzado, igual que la viuda que mete en el tesoro del templo todo lo que tiene para vivir. Igual que una mujer muy pobre que conocí en Kenya y que ha encontrado el movimiento de CL hace algunos años. Habiendo recibido una ofrenda inesperada que ha mejorado un poco su mísera situación económica, me dijo: “Por fin puedo volver a tomar clases de música para aprender a tocar guitarra, porque mi pueblo necesita escuchar la belleza de nuestros cantos”.
Un don que viene de lo alto es capaz de iluminar todas las cosas. Ya no hay espacio para el vacío, para el aburrimiento. Todos los instantes de la existencia se pueden llenar de plenitud y de significado. Es posible percatarse de eso visitando Nazareth, que todavía es un pequeño pueblo de Galilea, donde hace dos mil años uno vivía sin contactos con el mundo, en una pobreza radical. La cocina de la Virgen es excavada en una gruta. Cuanta luz todavía refulge en esa indigencia material, donde la condescendencia de Dios que se hace hombre encuentra la disponibilidad de María y de José que aceptan la tarea que se le entrega con confianza, con gratitud, con alegría.

Es lindo vivir sabiendo que es posible pedir la misma disponibilidad, la misma pobreza de espíritu que se vivía en Nazareth. Aceptar lo que se nos pide con la conciencia de que es el mismo Dios quien nos lo entrega. Cuando hace algunos años me pidieron ser el ecónomo de la Fraternidad San Carlos, he pedido a la Virgen un rayo de su disponibilidad que a menudo me ha iluminado y calentado.
Sin embargo puede pasar que esta sencillez se pierda. Podemos vivir pensando que nuestra disponibilidad sería más útil si nos ocupáramos de otras tareas, en otros contextos donde nuestro obrar podría traer más fruto. Me pasa vivir esta tentación pensando que yo sería más útil si estuviese en misión. Me parece normal pensar que, por lo menos una parte de mi trabajo, la que se constituye de números y cuentas, es árida y poco útil para el mundo. Cuando se me dice, y cuando yo mismo me digo a mí mismo, que es necesario que alguien desempeñe la tarea del ecónomo para el bien de todo el cuerpo, esta razón ya no me parece luminosa. Me pregunto si a caso he perdido la lozanía del comienzo. Si es posible vivir una disponibilidad total, hasta el final.
Luego caigo en la cuenta de que la contradicción es parte integrante del camino que Jesús nos pide para seguirlo. Creo que, en cualquier circunstancia uno se encuentre, antes o después se hará necesario pasar a través de una cierta mortificación. Nos parecerá perder una cierta vitalidad adhiriéndonos a lo que se nos pide, al cual hemos ofrecido la disponibilidad de nuestra vida. Pero, si Dios nos permite adherirnos libremente a la experiencia de morir a nosotros mismos, esto se vuelve camino para identificarnos con la misma disponibilidad de Cristo que fue sin límites. Así volvemos a descubrir la belleza y la lozanía del don de una manera nueva, en un cierto sentido más profunda, porque nos encontramos más cerca de la fuente de la cual brota.
Creo que la disponibilidad que queremos vivir debe aceptar la purificación de nuestras imágenes de plenitud y de cumplimiento, que normalmente limitan nuestras potencialidades o que hasta se vuelven tropiezo en nuestro camino. Como escribía Santa Catalina a los novicios de Monte Oliveto: “Esto es un engaño oculto que les toca a todos los siervos de Dios, quienes pensando servir a Dios en realidad no le obedecen. El engaño es el siguiente: el demonio no te tienta proponiéndote cosas mundanas, a las que ya renunciaste, sino que te tienta con cosas espirituales, diciéndote: ―Gozarás una mayor paz y ahondarás más en el amor de Dios estando en otro lugar y no en aquel que te ha sido entregado―. Para obtener lo que desea, uno se resiste a la obediencia, o la acepta con gran pena. De esta manera, deseando la paz, uno la pierde. Mejor entonces realizar la voluntad de Dios a través del Orden Santo y de los Superiores. Estoy segura de que ustedes serán pequeñas águilas que aprenderán de la Gran Águila” (Santa Catalina de Siena, Epistolario, carta n.36).

En la foto un momento de oración en la parroquia de S. Joseph (Kenya).

lea también

Todos los artículos