Una carta de la casa de Denver, donde el seminarista Stefano Zamagni ha pasado el año de formación en misión.

Han sucedido muchas cosas en estos meses en Broomfield, los descubrimientos y los encuentros se han sucedido en la vida de misión. A poco a poco me he adentrado en un nuevo idioma y en la cultura americana, nada fácil de entender y de amar. Conocí a nuestros misioneros, Michael, Accursio y Gabriele: los observo, los sigo, aprendo de ellos. Mis encargos están ligados esencialmente a las actividades con los chicos, de los Caballeros – los estudiantes de ESO – a los monaguillos, hasta los estudiantes de bachillerato y los jóvenes trabajadores. En el tiempo que me queda estudio inglés. La vida en común no es fácil, especialmente para mí, que he llegado hace poco y no conozco la historia de la casa, sus conquistas y desafíos. Sin embargo, es siempre la comunión con los hermanos el centro de mi diálogo con Cristo, diría casi su fuente: Dios muestra su rostro a través de los rostros particulares que se me han dado y esta para mí es una evidencia. Al mismo tiempo, se está fortaleciendo el sentimiento de pertenencia a la Fraternidad, el vínculo con la “casa madre” en Roma, con los hermanos y los superiores. Entiendo que el don más grande que he recibido de ellos no es tanto la posibilidad de ir de misión sino más bien un lugar al cual pertenecer, creciendo en la verdad de mí mismo.

Nuestra parroquia de Broomfield, la Natividad de Nuestro Señor, es la única católica de la ciudad: un barrio rico, donde todo parece en su sitio, perfectamente encajado en la bellísima naturaleza de las Montañas Rocosas que dominan el área urbana y suburbana de Denver. Sin embargo, la gente está sola y necesita compañía, en particular necesita a Cristo.

Uno de los regalos más grandes que el Señor me ha hecho en estos meses es John, un chicarrón de 33 años que se ha convertido en mi amigo. John es bipolar. Los efectos de la enfermedad, aparte de provocar continuos cambios de humor, lo convierten en un niño. Las muchas medicinas que toma hacen el resto. Normalmente grita. O mejor dicho, su tono normal de voz equivale al gritar de cualquier otra persona. Me he dado cuenta en nuestro primer encuentro, cuando nos tomamos un café en Starbucks. Aquella vez me conquistó. Él sabe alguna palabra de italiano y en un momento dado me dijo: “¿Cómo se dice ‘heaven’ en italiano?”. “Paraíso”. “Ok, yo quiero… ir al… ¡Paraíso!”. “Me, too” le contesté. Estaba conmovido, porque éste es realmente el deseo más sencillo y bello que tenemos todos. Yo necesito de la sencillez de John. Necesito estar con él tanto como él, quizás, necesita estar conmigo. Tenemos los mismos deseos, es más, John es mucho más libre que yo, libre de gritar en medio de un concurrido Starbucks que quiere ir al Paraíso. Después de todo, ¿qué hay de malo? ¡Es para esto que todos los hombres están hechos!

La semana pasada, junto a su familia, hemos ido a un partido de los Denver Nuggets, el equipo de básquet local. En la media parte John quiso que lo acompañara a fumar: los lugares llenos de gente lo ponen ansioso y necesita una presencia tranquilizadora. Al llegar a la zona de fumadores, percibo enseguida el inconfundible olor de marihuana, que en Colorado es legal. Como buen personaje chestertoniano, John contacta en seguida con una pareja que fuma, hablando de marihuana, del Pokemon Go, de los conciertos de Britney Spears. Luego, con su vozarrón, me presenta: “Este es Stefano, mi amigo italiano, ¡estudia para ser sacerdote católico!”. Todos los ojos se vuelven para mirarme, yo hago un gesto con la mano y casi ni levanto la cabeza, como si tuviera algo de que avergonzarme. John en cambio no se avergüenza, al contrario, parece orgulloso de haber revelado una información vital para la salvación de todos. Después de unos segundos de silencio, la pareja recién conocida se ilumina: “Nosotros iremos a Italia el próximo verano. ¡Es la primera vez!”. Empezamos a hablar de Roma y de Florencia, de su cumpleaños, de su trabajo y de la vida, hasta el comienzo de la segunda parte. De John estoy aprendiendo la sencillez del corazón. No es tan sólo una posición más verdadera, sino también la que genera, la que es capaz de encontrar al otro.

 

En la imagen, Stefano Zamagni en un momento de juego con algunos chicos.

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