Un testimonio de don Santo, capellán de hospital en Bolonia

Hace unos días ocurrió un hecho que me ha impresionado mucho. Había conocido a Marcos y Simona el año pasado, durante mi ronda de visitas en el hospital Santa Orsola. Simona había tenido un embarazo extrauterino con la inevitable perdida del niño y estaba muy triste, porque deseaba tener un hijo. El marido, Marcos, estaba a su lado y la consolaba diciendo:”Mira, ¡hasta el cura vino a verte!”. Charlé un poco con ellos y Simona había recibido la Santa Comunión. Entre las cosas de las que hablamos, estaba la mountain bike: descubrí que también Marcos, como yo, es un apasionado ciclista y le dejé mi contacto, diciéndole de llamarme para hacer alguna salida juntos.
Y así fue. Pocos días después me llamó. Durante el año pasado, hicimos muchas salidas en bicicleta y nos hicimos amigos. Un par de veces he estado incluso en su casa, compartiendo las preocupaciones por el duro camino emprendido, el de la adopción, que entre otras cosas se completó con éxito recientemente. Con el profundizarse de la amistad, un día los invité a ayudarme en la primera excursión del grupo de los Caballeros, los chicos de la enseñanza media. La experiencia les ha impresionado mucho: me dijeron después que nunca habían visto chicos así e incluso afirmaron con certeza que hubieran inscrito su hijo al Instituto Malpighi, el instituto donde enseñamos yo y otros adultos que ayudan este grupo de chicos.
Lo que nos lleva al hecho de hace pocos días, el que me ha impresionado tanto. Estuve cenando en su casa. Para mi sorpresa, Simona me recordó que nos habíamos conocido exactamente un año antes. Pero sobre todo, me recordó las cosas que le había dicho en aquella breve visita en el hospital. Cosas sencillas. El día antes de nuestro encuentro era el 14 de Septiembre, la fiesta de la Exaltación de la Cruz. Le había dicho que ella, como Jesús, en aquel momento estaba llevando una cruz aparentemente insoportable, pero que más tarde hubiera visto la resurrección. La segunda cosa que le había dicho era que aquel niño que habían perdido era hijo suyo a todos los efectos. Y que tenían que darle un nombre y dirigirse a él en la oración porque los custodiaba desde el cielo. “Santo, en ese momento ¡es como si lo hubiese bautizado!” me dijo Simona.
Me ha sorprendido que una frase mía, dicha así como de pasada, les hubiese marcado durante un año entero, a través de las ulteriores fatigas generadas en ellos por la conciencia de que probablemente no hubieran logrado tener un hijo natural. Frases no pensadas y preparadas para aquel momento, pero que surgían de mi experiencia y de lo que he encontrado. Frases que digo así, al lecho de un enfermo que está tan mal que no tiene ni la fuerza de reaccionar. Frases que, cuando se me han recordado, me han revelado quien soy y cuál es el afecto que me sostiene.
Me he dado cuenta de que, incluso dentro de mis muchas limitaciones, Cristo se manifiesta a través de mí, cuando yo obedezco a lo que se me pide. Es lo que más deseo: que a través de mí y del ministerio que se me ha donado inmerecidamente, Cristo se haga conocer por los hombres.

lea también

Todos los artículos