Entrar en clase y ver que el corazón de los jóvenes está lleno de preguntas. Testimonio desde Bolonia.

En septiembre empecé a dar clases de Religión en un colegio de Bolonia junto con Paolo Paganini. Cuando era joven, antes de inscribirme en la universidad, estudié hostelería y no hice bachillerato. Tengo que reconocer que me ha gustado ir…siendo profesor.

Primera hora de mi primer día: ante mí, veinte chicos y chicas del bachillerato de letras. Tienen 15 y 16 años (en Italia, el bachillerato tiene una duración de cinco años, ndt). Me presento diciendo de dónde vengo, después hago un largo interrogatorio preguntando lo mismo a cada uno: de dónde eres, por qué estás aquí. Algunos se levantan a las 7:30h, otros a las 5h de la mañana. Muchos son de Bolonia, otros vienen de pueblos cercanos y otros tantos de pueblos de la «bassa» boloñesa desconocidos para mí. Los nombres de estos lugares empiezan a ser algo concreto, como las caras de los chicos, hasta entonces desconocidos. Cuando faltan veinte minutos para terminar la clase, tengo el tiempo justo para que «degusten» (como siempre hacía en hostelería) lo que querría hacer este año. Proyecto una foto preciosa de un cielo estrellado, después, la pintura Paseo a la luz de la luna, de Van Gogh. A continuación, un fragmento del Canto nocturno de un pastor errante de Asia, de Leopardi. Para ir sobre terreno seguro…

Para terminar, les leo el extracto de una entrevista publicada en el Corriere unas semanas antes, donde un personaje famoso del mundo del espectáculo explica lo que vivió cuando estuvo enfermo de Covid: «cualquier hombre, hasta el más ateo, cuando ve la muerte de cerca, invoca a algo más grande. Te aferras a Dios o a cualquier otra entidad». «En vuestra opinión, ¿quién es el autor?», pregunto a los intrigados alumnos. Nadie lo sabe. Proyecto la foto del misterioso personaje. ¡Es J-Ax! En ese momento digo: «No sé si vosotros os sentís como el científico que investiga el cosmos o como este amigo mío que se asombraba ante toda esa belleza; si alguna vez os habéis sentido totalmente fascinados por una puesta de sol, o si, como el poeta, os habéis preguntado qué sentido tiene que estemos en el mundo. No sé si habéis sentido, como un rapero, la necesidad de aferraros a algo o a alguien. Os doy un folio y diez minutos para escribir cuáles son las preguntas más profundas que tenéis».

¿Resultado? Sesenta preguntas del estilo: «¿Por qué temes mostrarte tal y como eres?»; «¿Por qué merece la pena vivir?»; «¿Por qué hemos nacido, si un día moriremos?»; «¿Por qué existe el mal?».

La semana siguiente, al final de la clase, vienen a verme dos chicas de esa clase: «Profe, ¿podemos hacerle una pregunta indiscreta? ¿Usted por qué se ha hecho cura?». ¡Son las 13:30h y es la última hora! Les digo que si quieren podemos hablarlo con calma en una comida. Al cabo de una semana me llevan a un bar de estilo americano que parece el restaurante de Arnold’s, de Happy days. Entre hamburguesas y palomitas de pollo, me cuentan algo de su historia. La madre de una de ellas es catequista, pero la chica no va a la Iglesia, aunque ha recibido los sacramentos. Los padres y abuelos de la otra son ateos. Dice que ella también lo es, pero ha pasado el último año y medio con su bisabuela, que tiene una fe sencilla y profunda. Yo también les intento contar mi historia. Por ejemplo, lo importante que fue para mí la primera vez que fui a confesarme después de haber dejado durante años la Iglesia. La chica que decía ser atea me pregunta: «¿Qué es la confesión? Yo ni siquiera estoy bautizzada». Y a continuación me lanza un torrente de preguntas: «Yo soy bastante racional. Me pregunto cómo es posible creer en algo que no es experimentable. No pongo en duda que Jesús haya existido, pero que fuese Dios…no puedo entenderlo. ¿Cómo puede decir un hombre que es Dios? ¿No es una pretensión absurda?». Nos quedamos hablando hasta las 16h.

¡Qué tesoro el corazón de los jóvenes! ¡Y qué tesoro el corazón de Dios! Uno de los aspectos fundamentales y más fascinantes del sacerdocio es la posibilidad de hacer de puente entre estos dos tesoros, empezando por escuchar el corazón de estos chicos e introduciéndoles en la relación con el corazón de Dios. Tanto en clase como delante de una hamburguesa.

 

Stefano Lavelli vive en la casa de Bolonia, donde da clases de Religión en bachillerato. Imagen: con algunos jóvenes.

 

lea también

Todos los artículos