La tarea de la misión es dar la vida por la gloria de Cristo, entrando en la escuela de la fe. Meditación de Emmanuele Silanos.

Praga. Es la noche de las iglesias abiertas. Una vez al año, en verano, todas las iglesias católicas de la capital checa abren sus puertas para que fieles y curiosos, turistas y transeúntes, puedan visitarlas y rezar en horarios en los que normalmente están cerradas. San Apolinar, la parroquia confiada a la Fraternidad San Carlos desde hace nueve años, también se abre hasta tarde. Poco a poco se va llenando de parroquianos y amigos, pero también de mucha gente que entra por primera vez. Algunos entran curiosos a ver el interior del templo, construido en 1360, en una época lejana donde la fe aún era una experiencia de pueblo. Otros van a escuchar el testimonio que me han pedido dar para esta ocasión mis hermanos.

Mientras espero para empezar a hablar, observo nuestra bonita iglesia, su estructura gótica y los frescos, desgastados por el tiempo. Me viene a la mente la historia de Antonio Gaudí: me sorprende que este hombre quisiera empezar a construir una gran catedral a finales del siglo XIX, cuando Europa ya se estaba alejando de los valores cristianos. El asombro crece al pensar que hoy sigue en construcción, en una sociedad cada vez más dividida, donde la Iglesia parece ser una presencia extraña o por lo menos lejana. Se dice que un día, pocos meses antes su muerte, un amigo suyo le dijo: «Gaudí, estás construyendo la última catedral». Él le corrigió: «La última no, la primera catedral de la época contemporánea».

A veces nosotros tenemos la tentación de preguntarnos si hoy sigue teniendo sentido crear obras de inspiración cristiana: un colegio, un hospital, casas de acogida… Obras que tienen como origen la fe y como objetivo la evangelización. ¿Acaso no es anacrónico? Después pienso en la Sagrada Familia. Si hoy se sigue construyendo en el mundo una catedral, quizá aún tiene sentido construir una obra que se defina como católica. En el fondo, ¿qué es la Sagrada Familia? Una obra cuyo sujeto era y es el pueblo y su objetivo dar gloria a Dios.

Gaudí tenía claro que aquella catedral tenía que ser una obra del pueblo. Amaba y quería a sus trabajadores tanto como para construir junto al terreno de trabajo una escuela para sus hijos, de modo que, mientras los obreros estaban subidos a grúas y chapiteles, podían mirar desde lo alto cómo estudiaban y jugaban sus propios hijos. Y no solo: para construir la fachada de la Natividad, la única entrada que se terminó cuando el arquitecto seguía con vida, como modelos para los personajes que estaba esculpiendo eligió a la gente del pueblo que vivía en los barrios colindantes a la iglesia en construcción.

Como las catedrales medievales, la Sagrada Familia era por añadidura una obra educativa. Su finalidad era educar la fe del mismo pueblo que la estaba edificando. El primero que se sentía siendo educado era el mismo Gaudí, quien dejó escrito: «No era yo quien construía la obra, sino la obra la que me construía a mí». Entonces, vuelvo a pensar en nosotros, en nuestra Fraternidad, en nuestras misiones: también nosotros nacemos de una experiencia de pueblo y deseamos dar gloria a Dios con nuestra vida. A nosotros sobre todo se nos pide educar en la fe a las personas con las que nos encontramos, sabiendo que somos los primeros en ser educados.

La primera forma de realizar nuestra tarea es entrar en las obras que nos han dado, partiendo de las iglesias y parroquias que se nos confían, haciendo revivir la fe que las ha originado. Es esta fe lo único que puede originar nuevas obras y catedrales que aún están por construirse.

 

Imagen: juegos con los jóvenes durante una convivencia en Subiaco (foto: Denis Billi, BMBphoto).

lea también

Todos los artículos