Vida común, oración y formación: un testimonio desde la casa de formación de las Misioneras de la Fraternidad San Carlos.

La casa de formación que acoge a las jóvenes que desean entrar en nuestra comunidad se encuentra en Roma, entre la zona verde del parque de Villa Pamphili y el mirador de via Piccolomini. En este lugar se vive una cotidianidad sencilla, hecha de oración y comunión entre las hermanas, basada en lo que don Massimo denominó como la «columna vertebral monástica», es decir, todo aquello que hace que nuestro día a día esté ordenado, y, al mismo tiempo, sea intenso. En el día a día, Dios es lo primero: la mañana comienza con los laudes y dos horas de adoración y silencio. Después, se dan clases o se estudia, en función de los cursos que haya. Por la tarde trabajamos en las tareas de casa: unas se encargan de la secretaría, otras de la economía de la casa; algunas van a hacer la compra, otras preparan la hospedería para los invitados y otras organizan la sacristía. Antes de las comidas hay una hora dedicada a aprender a cuidar de la casa y a las hermanas, ya sea cocinando, limpiando, haciendo la colada o en el jardín. Las comidas y las cenas, divididas entre la casa de las novicias y de las profesas, son momentos de diálogo y puesta en común. Para terminar, por la noche todo se recoge en las vísperas y en el ofrecimiento de la misa.
Antes del 8 de diciembre (el día de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María y de la fiesta de la casa de formación), los días de preparación son un tiempo paradigmático de lo que es nuestra vida. En este día contemplamos la belleza de María, que ha recibido por gracia de Dios. Esta es la fecha en la que cada una de nosotras pronuncia sus primeros votos tras sus años del noviciado, cuando dice un sí a Dios, ante nuestra comunidad y ante el mundo. Desde ese momento nos vestimos con el hábito religioso que nos identifica. Durante los nueve días previos la novicia que pronuncia los votos se retira al monasterio cisterciense de Cortona, que desde hace años nos acoge en este momento importante. Se nos prepara en el silencio y en la oración, porque las cosas más importantes suceden en el alma, en el diálogo de cada una de nosotras con Dios. Cristo cambia el mundo a partir de un corazón renovado.
Mientras tanto, la casa de formación de Roma se convierte en un hormiguero. Se trabaja mucho, mano a mano, para que todo esté listo para la gran fiesta. Nuestra comunidad se divide en grupos de cocina, limpieza, logística, costura y liturgia. Se acompaña y se sostiene el gran sí de la hermana con otros tantos síes escondidos de las demás que ofrecen el trabajo por su vocación, ya sea en la cocina, al limpiar, preparando las flores, cosiendo los nuevos hábitos y velos, preparando los cantos o doblando servilletas. Cada año hacemos la misma experiencia: la de una profunda alegría al realizar el intenso trabajo de esos días.
Por último, los votos marcan el paso de la casa de las novicias a la casa de las profesas, donde continúa el camino que conduce a la profesión definitiva. A partir del sí de una hermana, a las novicias se les reclama a mirar el horizonte del camino que están llevando a cabo, mientras que las profesas se alegran de poder acoger en casa un nuevo miembro. Siempre que una de nosotras se consagra, en cada una se renueva el deseo de dar la vida a Cristo. Cada vez nos impresiona la belleza luminosa de la nueva profesa. ¿Cuál es la fuente de esta alegría, de esta belleza? Estar en proceso de formación significa comenzar a adquirir una forma nueva, la de Cristo, dejar que nuestra vida se identifique con Él. Durante los años de formación descubrimos que nuestra identidad más profunda es la pertenencia, es decir, ser mujeres que han elegido la virginidad y que pertenecen a Dios y a nuestra comunidad hasta el final.

 

Imagen: durante la celebración de los votos simples de las Misioneras.

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