El sentido africano de la comunidad se cumple cuando se inserta en las raíces de la comunión cristiana. Un testimonio desde Nairobi.

El sentido de la comunidad es uno de los factores más determinantes de la cultura africana. Casi se trata de un hecho genético que define a las personas: basta con pensar en la importancia de pertenecer a un clan o a una tribu, con todo lo que ello implica. Por ejemplo, un matrimonio entre miembros de tribus diferentes puede generar grandes problemas en la nueva familia, incluyendo el riesgo de perder todo apoyo por parte de ambos núcleos familiares. Por otro lado, pertenecer a algo que es más grande que el individuo es lo que garantiza una seguridad y un refugio en los momentos más difíciles de la vida.
En nuestra parroquia existen las Jumuiyas, pequeñas comunidades cristianas. Son pequeños grupos de familias (entre veinte y cincuenta personas), que se reúnen cada semana para rezar el Rosario, leer un fragmento del Evangelio y meditarlo. Cada comunidad recibe el nombre de un santo al que escogen como patrón. Una vez al mes celebran una misa a la que también nosotros acudimos. La celebración tiene lugar en sus propias casas: algunas son casas de comerciantes, otras, simples chozas.
Estos encuentros siguen siempre la misma fórmula: el sacerdote confiesa en un rincón de la casa mientras la comunidad reza el Rosario; a continuación, se celebra la misa, seguida de un momento de preguntas y diálogo con el sacerdote. Hay preguntas de todo tipo: «¿Por qué usamos incienso en misa?»; «¿Nos cuentas algo de Italia?»; «¿Por qué deberíamos perdonar a los terroristas?». En los hogares más pobres se concluye con un té; en las casas de familias más pudientes, con una cena.
Entre las Jumuiyas que tuve ocasión de conocer el año pasado, me impresionó especialmente la de Santa Ana. Es bastante numerosa, compuesta por familias de media edad, muy fieles a la Iglesia e implicadas en la vida de la parroquia. He podido constatar en dos ocasiones que son personas que se ayudan en el camino hacia la santidad. La primera vez que participé en una misa con la comunidad de Santa Ana fue con motivo de un funeral. Había muerto una joven de 15 años, Whitney, a causa del descuido de los médicos. Sesenta personas, incluyendo la Jumuiya y los familiares, habían acudido a su casa para celebrar la misa. No sabía que decir y tampoco quería ser superficial. Entonces, hablé del Paraíso y de la compañía cristiana, que acompaña a cada uno desde el nacimiento hasta el encuentro con el Padre. Pedí a la Jumuiya que acompañara a la familia de Whitney. El Señor estaba dándoles esta responsabilidad.
Después de algún tiempo, estuve con el responsable de Santa Ana y le pregunté cómo iban las cosas. Me respondió: «Padre, hemos estado cuidando a la familia de Whitney, en particular, a Regina, su madre. Ahora, ella es una de los miembros más fieles de la Jumuiya. Desde entonces, cada vez que voy a Santa Ana, me fijo en ella en primer lugar, entre todos los que rezan el rosario.
El segundo episodio es más rocambolesco. Una noche, mientras me preparaba para celebrar misa en una casa, vi que muchos empezaban a recibir llamadas de teléfono. De repente, todos salieron corriendo fuera de la casa. Perplejo, pregunté al responsable qué estaba sucediendo. Me dijo que la casa de Gladys, una madre de familia de 50 años, estaba en llamas. Me recomendó sentarme y esperar a que ellos lo solucionaran. También él se fue y me quedé yo solo recitando el Rosario. Poco después, volvieron todos y me explicaron que Gladys había perdido parte de su casa a causa de un incendio. Pedimos por ella, y, de nuevo, expliqué a la comunidad que, con estos hechos dolorosos, el Señor les estaba diciendo que tenían que cuidar los unos de los otros.
Al cabo de dos semanas, vi de nuevo al responsable: «Padre, como Jumuiya, hemos decidido pagar la reconstrucción de la casa de Gladys. Ella es parte de nuestra familia».
En fin de año, durante la tradicional parrillada de cabra, quise agradecer a los miembros de Santa Ana su testimonio. El sentido africano de la comunidad se cumple cuando se inserta en las raíces de la comunión cristiana. Es purificado y redimido en la pertenencia a Cristo, quien nos mueve a sacrificarnos por los demás. Por cierto…Regina y Gladys pertenecen a dos tribus diferentes respecto al resto de la Jumuiya. ¡Esto es lo más extraordinario!

 

(Mattia Zuliani, sacerdote desde junio del 2017, es vicario de St. Joseph, en Kahawa Sukari, Nairobi [Kenya]. En la foto, con dos niños parroquianos).

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