Madrid y Viena, realidades lejanas y diferentes, pero la misma historia continúa y da frutos

Es una bellísima historia que se repite, igual y diferente, a distancia de años y de kilómetros. La narración de un encuentro que cambia la vida, con cuarenta años como con veinte; en Fuenlabrada, tierra de nadie a pocos kilómetros de Madrid, como en Viena, capital de la cultura europea.

Un sentido nuevo para la vida
Ángel tiene sesenta años y la sonrisa secreta de quien ama la vida. «De los amigos de la San Carlos» dice, «he aprendido a ser fiel a la realidad. Es una atención a las cosas que no deja pasar un momento sin juzgarlo. Como cuando exprimes un limón para sacarle el jugo: esto se hace con la vida». Cuando en España muere Franco, él es un veinteañero que, como tantos coetáneos, mira a la izquierda. Pero su trayectoria es a otro lugar: «Era una ideología en la que el hombre no interesaba para nada». A los 41 años encuentra a Julián de la Morena, el sacerdote de la fraternidad de San Carlos que desde hacía poco se había convertido en el párroco de San Juan Bautista. Es la noche de Navidad de 1996. «No había entrado jamás en aquella iglesia. Para nosotros las homilías son más bien formales, pero él era diferente: hablaba de la vida, de las cosas cotidianas. Al día siguiente continuaba preguntándome cómo era posible que aquel cura, sin conocerme, hablase propiamente para mí. Y esto rondó mi cabeza durante todas las vacaciones. Era lo que el corazón quería». Un café, alguna cena juntos: comienza una amistad que pronto se extiende a otro sacerdote que llegaba entonces de Siberia, Alfredo Fecondo. «A través de la historia de don Giussani y toda su obra» dice Ángel con simplicidad «me han salvado la vida. Le han dado un sentido. Uno puede vivir en este mundo un centenar de años y no saber por qué razón lo hace. Seguir a don Giussani, para mí, que no lo he conocido personalmente, ha significado incrementar el gusto por las cosas. Era un forofo de la música clásica, hoy me gusta aún más. Tras treinta y ocho años de matrimonio, amo a mi mujer más que cuando me casé. He sido abuelo. Dios cumple siempre su promesa».
Misioneros de la Fraternidad, en veinte años, han pasado unos cuantos por Fuenlabrada, ciudad satélite del área metropolitana de Madrid, con una población de doscientos mil habitantes y el porcentaje de jóvenes más alto de Europa. «Quince o diecisiete sacerdotes. Con todos hemos compartido una amistad. A Julián de la Morena debo el gusto de la vida como regalo. Con él era fácil. En otoño andábamos por una colina cercana a Fuenlabrada: nos sentábamos, mirábamos la puesta de sol y hablábamos. Bastaba poco: una cena, una bella película, un concierto». Una amistad eterna, la que teníamos con don Alfredo Fecondo. «El domingo venía a cocinar con nosotros. Tomaba posesión de la cocina junto a mi hijo pequeño y no permitía entrar a nadie. Cuando guíaba a los universitarios, llamaba a mi mujer: “Maria Luisa, ¿puedo disponer de la cocina esta noche?”. Y traía a los chicos a cenar.
«Después vino Anas, que estuvo aquí diez años. Es uno que, por el hecho de estar, te provoca». Con don Antonio Anastasio, Ángel abre la casa de San Antonio, que asiste a 225 familias necesitadas. «Es una obra que confirma la amistad entre dos amigos, no un proyecto nacido en un despacho» nos cuenta. «En 2006 se convoca una recogida de firmas para solicitar al Ayuntamiento que cree un albergue para los “sin techo”. Dije a Anas que no quería firmar: “he sido educado en esta compañía a pedir a mí mismo, antes que al Estado, a responder a un deseo” De este modo hemos propuesto el asunto a un grupo de amigos». ¿El secreto? «La paciencia. Porque quien responde es siempre Dios y tú eres sólo un instrumento».
«Ángel es una persona clave para la presencia de la Fraternidad en España» nos cuenta Tomasso Pedroli, jovencísimo responsable del movimiento en Fuenlabrada y párroco de cuarenta mil almas. «Ha construido la comunidad junto a los sacerdotes de la San Carlos que se han sucedido aquí. Una persona viva. Del diálogo con él han nacido todas nuestras obras educativas y caritativas. Ángel encarna la pasión por la vida en todas las dimensiones que propone don Giussani». Pasión y realismo: mientras Tomasso se refiere a una amistad que nace de mirar al mismo sitio, a sus espaldas está el movimiento. Es la hora de los chicos. «Me preguntan: “¿Cómo haces para tener tantos jóvenes?” “Mira que vienen ellos”, respondo. Vienen porque abro la parroquia por la tarde, porque aquí pueden estudiar, porque preparo la pasta para ellos. Comenzamos así: después uno se confiesa, otro empieza a pensar en su vocación. Son cosas que hacen temblar el pulso. Proponer el cristianismo es fácil, basta con ir al encuentro de los hombres tal cual son: lo hemos aprendido de don Giussani. No tenemos un minuto de descanso. Si queremos debemos buscarlo, el reposo. El trabajo está ahí».

Seguir juntos
De la Mancha, la patria que Ángel comparte con don Quijote, pasamos a la austera Viena: quien quisiera una contraprueba del hecho de que el cristianismo está destinado al mundo entero y no a algún cura y algunos pocos elegidos, puede llamar a Thomas. Es un muchachote apuesto, que ha estudiado Economía e Informática en el Politécnico de Milán y después ha vuelto a Austria. Uno que prefiere los hechos a las palabras: se encarga de infraestructuras telefónicas, tiene cinco hijos, es responsable del Movimiento en Austria. Oyó hablar de don Giussani en el año 2000, antes que algunos universitarios llegados a Viena para el Erasmus, después de los sacerdotes de la San Carlos, llamados a Viena por el cardenal Schönborn. «Me habían invitado a cenar» cuenta rápidamente. «Hablaban de ese Giussani que no conocía. No soy uno complicado. He seguido un interés y he llegado a Milán». No todos son así. Seguir un interés de modo tan radical a los veinte años. Thomas se defiende. «No es tan extraordinario. También la chica con la que después me casé hizo lo mismo. Y otros amigos.» Después explica cómo sucedió. «Ya era católico pero la fe no tenía que ver con la vida: vivía un dualismo total. «Lo que hacía, lo que estudiaba no tenía nada que ver con Dios. Eran situaciones separadas que no acertaba a mantener juntas». Así se deja perder todo. «No era feliz. Antes de llegar a Viena, he rezado: “Dios, no entiendo nada. Haz algo o perderé mi vida”. Él me respondió inmediatamente, encontré personas que creían y he recomenzado. Había ido a vivir a un colegio mayor católico. Era la parroquia de la pastoral universitaria encomendada a los sacerdotes de la San Carlos». En el año 2001, Thomas va a vivir a un apartamento de universitarios de Comunión y Liberación. « Nada de especial, sólo vi dentro de aquel ambiente: estudiar con ellos, rezar juntos el Ángelus, hacer Escuela de Comunidad. Un día le pregunté a un amigo: “¿Cómo se hace para pertenecer a este movimiento?” Y él me respondió: “Pero si tú ya eres de CL desde hace tiempo”. No lo sabía pero ya estaba dentro. Me había fiado de personas normales que vivían con esta presencia en los ojos».
Don Giovanni Micco viene de Friuli. Es sacerdote desde hace 19 años pero tiene la mirada de un muchacho. Describe el movimiento en Viena como «una realidad numéricamente pequeña, vivaz, cuidada en todas sus dimensiones: la caritativa, la Escuela de comunidad, los gestos misioneros». De Thomas aprecia sobre todo la capacidad de tener contacto con el origen del movimiento. «Es un elemento esencial para no caer en una suerte de federalismo, para no convertirse en una provincia fija en sí misma». Es la única tarea verdadera, para sacerdotes y laicos: Seguir es siempre liberador, conmueve». De la fraternidad que le ayuda y lo sostiene, Thomas subraya la objetividad que representa y que en los años ha crecido junto a la amistad. «Tenemos la misma tarea, proponer a todos la experiencia que hemos encontrado». Es una evidencia que también don Micco ha reencontrado más veces: «La idea de que las personas que dejan su tierra, su lengua, su tradición para venir aquí, en el fondo es un recordatorio de la radicalidad de la presencia del Señor en la vida de cada uno». Es común la preocupación de proponer gestos «que nos obligan a salir» cuenta el sacerdote. «Porque en estos fríos países se está bien en casa con la chimenea, la Sachertorte y algo caliente. Thomas es muy bueno para cortar en seco esta inercia». Salir al mundo, «aceptar el reto de entender, en un momento dramático, si Europa puede ir adelante o acabarse» dice Micco. Una verificación será también la urgencia que ha impuesto la nueva caritativa, con los 58 menores refugiados que los sacerdotes se han encontrado como vecinos de casa.
De don Giussani, que ninguno ha conocido personalmente, se habla en presente, aquí en Viena, en su día la capital del imperio. «Lo siento cercano a mi vida» dice Thomas que apenas ha acabado de ver el video de la lección Reconocer a Cristo que tuvo don Giussani con los universitarios en 1994: «Estoy impactado por su humanidad, por la sinceridad y, sobre todo, por la serenidad con la que habla. “¿Adonde iremos?”: las palabras con las que se refiere a Pedro describen exactamente la experiencia que he hecho y que continúo haciendo hoy».

lea también

Todos los artículos