«Soy yo, no tengáis miedo»

Meditación del rector de la Casa de formación con ocasión de las ordenaciones sacerdotales de la Fraternidad San Carlos.

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A los jóvenes les digo: «¡No tengáis miedo! ¡Aceptad la invitación de la Iglesia y de Jesucristo!». Con estas palabras, el papa León iniciaba el pasado 11 de mayo la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, dirigiéndose a los jóvenes de todo el mundo. Son el eco de las palabras que pronunció san Juan Pablo II durante su largo pontificado, y retomadas por sus sucesores; el eco de las palabras de Jesús, el cual, caminando sobre las aguas, se acercó a la barca donde estaban sus temerosos e incrédulos discípulos diciéndoles: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo» (Mc 6,50).

En las historias aquí publicadas de nuestros ordenandos presbíteros también aparece un extraño miedo a Dios, que todos nosotros conocemos. Pero es un miedo precedido por otra cosa, por una invitación que llega a través de circunstancias aparentemente casuales. En nuestro interior, en lo más profundo, algo nos ha removido de manera definitiva al haber conocido a alguien, al escuchar una frase o mirar un paisaje.

Hace poco leí una cita preciosa de la obra de C.S. Lewis, Los cuatro amores, que trata precisamente de esto: «Pero para un cristiano, estrictamente hablando, no hay casualidades. Un secreto Maestro de Ceremonias ha entrado en acción. (…) En este festín es Él quien ha preparado la mesa y elegido a los invitados. Es Él −nos atrevemos a esperar− quien preside, y siempre tendría que poder hacerlo. No somos nada sin nuestro Huésped».

La historia de cada hombre entrelaza la libertad de Dios con la del hombre

La historia de cada hombre entrelaza la libertad de Dios con la del hombre. A veces, este entramado deja de ser armónico y es motivo de soledad, mal y dolor, como nos muestran tantas guerras, grandes y pequeñas. En cambio, en otras ocasiones, las dos libertades van uniéndose cada vez más. Cuando nuestra libertad se abre a la de Dios, la vida florece.

En el fondo, este es el camino de toda la vida, el de cada día. En cada vida, hay momentos solemnes, como el que vivieron nuestros diáconos el 21 de junio, al pronunciar su definitivo a Cristo. Estos momentos tan especiales se nos dan para revivirlos, pues cada día es decisivo para renovar nuestro a Cristo que hace nuevas todas las cosas. Dice Benedicto XVI en una homilía: «La verdadera novedad crece solo en la continuidad. El hombre creado para tomar decisiones definitivas, es creado para permanecer, y solo así, da fruto».

Hay que atravesar por tanto este extraño miedo. Es un miedo que incita a alejarnos de Dios, que irrumpe en nuestra vida para conducirnos a lugares que no conocemos. Pero quizás se trata de un miedo hacia nosotros mismos, miedo a no estar a la altura o a perder algo. «Señor, apártate de mí que soy un hombre pecador», exclamó Pedro cuando la divinidad de Jesús se encontró con su miseria (Lc 5,8).

Cada momento es un nuevo inicio que abre camino en el surco de lo que ya hemos vivido

Cada momento es un nuevo inicio que abre camino en el surco de lo que ya hemos vivido. El a lo que Dios nos pide en el presente es algo nuevo, pero no está desligado del del instante anterior. Y, a medida que avanzamos, este extraño miedo deja espacio a una misteriosa leticia −como decía Chiara Corbella−, la leticia que nos atrajo cuando Lo conocimos, cuando nos invitó a estar con Él: la esencia de nuestro definitivo y cotidiano. Con el tiempo, a medida que vamos conociendo a Aquel que nos llama, descubrimos que nos ama. Es el secreto Maestro que se encuentra dentro de toda la realidad y que continúa diciéndonos:  «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo».

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