A la luz de la Alianza

Meditación sobre la experiencia de la compañía de Dios en estos cuarenta años de historia de la Fraternidad San Carlos.

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Cuarenta años. El valor y el sentido de los números en la historia de la salvación, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, es significativo.

En el salmo 90 se dice: mil años en tu presencia son un ayer que pasó. E igualmente, se intenta identificar la palabra de Dios en el estudio de los números. Sin llegar al extremo de la cábala, doctrina que transforma las palabras en números y estos en enseñanzas, desde los siete días de la creación sabemos lo reveladores que pueden ser los números. Los exegetas, por ejemplo, escriben que en el libro del Apocalipsis cada tres versos hay dos números.

Mil años en tu presencia son como un ayer que pasó. Pensemos en los que mueren siendo recién nacidos o jóvenes. Este versículo del salmo nos introduce en la mirada de Dios, profundamente diferente a la nuestra. Nuestra mirada suele valorar la cantidad y, en ese sentido, juzga positivamente una vida larga. La mirada de Dios, en cambio, es cualitativa: Él ve el peso infinito del instante y la plenitud en vidas breves, que el mundo juzga desgraciadas o inhumanas.

Por ello, en relación con estos cuarenta años, podríamos contar muchos hechos exteriores realmente importantes, también a ojos de Dios (el número de sacerdotes, la apertura de nuevas casas…). No obstante, Dios custodia en su corazón un número infinito de pequeños instantes que han puesto de manifiesto la santidad de muchas personas. Intentemos entrar en el misterio del número cuarenta. Este tiene sus referencias explícitas en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Pensemos en los cuarenta años durante los cuales vagó el pueblo hebreo por el desierto; en los cuarenta días que pasó Moisés en el monte Sinaí o que Elías transcurrió en el desierto hasta su encuentro con Dios en el monte Horeb; o pensemos en los cuarenta días de ayuno de Cristo y los cuarenta días que pasó con sus apóstoles y discípulos entre la resurrección y la ascensión. Realmente, este número tiene un peso enorme en la historia de la salvación.

¿Qué enseñanza podemos extraer para nosotros? Me limitaré a observar dos episodios: el de Elías y el de Jesús resucitado.

En la gruta del monte Sinaí, Elías espera la revelación de Dios, aguarda su voz, palabras de consuelo y amigables. Durante ese tiempo vive una verdadera experiencia de conversión. En una primera etapa asiste y participa en experiencias dramáticas (la tormenta, el fuego, el terremoto) que remiten a las antiguas hierofanías, una concepción verdadera pero arcaica de la manifestación de Dios y de su presencia. Algo terrible, impactante, inimaginable. Sin negar estas experiencias, Elías es conducido a una nueva relación con Dios.

La vida de una fraternidad es ante todo la experiencia de la compañía de Cristo en nuestras horas.

Él es, más bien, Aquel que se manifiesta en el silencio, en la paz, en la calma. El cardenal Ravasi traduce este versículo del Libro de los Reyes como «una voz de silencio sutil» (1Re 19,12). Deseo mirar estos cuarenta años desde la perspectiva que Dios enseñó a Elías. Más allá de las fatigas y terremotos que la conversión personal y la educación de una comunidad conllevan, se da la experiencia de la compañía de Dios, su enseñanza penetrante y su silencio lleno de palabras, su perdón y el camino que avanza también a través de los errores.

Respecto a los cuarenta días que Jesús pasó en la tierra entre la resurrección y la ascensión: la vida de una fraternidad como la de la San Carlos es ante todo la experiencia de la compañía de Cristo en nuestras horas, la experiencia de una cercanía con el Resucitado y, al mismo tiempo, la peregrinación que estamos llamados a realizar entre Jerusalén y Galilea, entre el Bautismo, la ordenación sacerdotal y el encuentro definitivo con Cristo más allá del tiempo.

El tiempo de una fraternidad es el tiempo de las manifestaciones de Jesús. Él se revela poco a poco. Él es al mismo tiempo fundamento, fuerza y dirección de la vida común. Reúne continuamente a los suyos, alejándolos de las dispersiones, indica el camino y les da la fuerza de la unidad y el consuelo de la alegría.

Debemos leer siempre los años de nuestra historia a la luz de la Antigua y Nueva Alianza. Somos un fragmento de esa historia, volvemos a vivir sus gestas, experimentamos las mismas debilidades y participamos de su fuerza. En la vida de Jesús tenemos la clave de bóveda para comprender la vida que Él nos ha donado junto a nuestros hermanos.

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