Acoger como niños

En la Casa de formación: el descubrimiento del significado de la acogida.

Copertina Dimensioni Grandi
en las vacaciones de la comunidad de Comunión y Liberación de México, en Atlixco (julio 2024).

En septiembre la Casa de formación acogió cinco nuevos jóvenes que desean entregar su vida a Cristo. Venían de tres países diferentes −Italia, Estados Unidos y España−, de modo que es fácil imaginar cuánto ha cambiado la casa con su llegada.

Hoy se habla mucho de acogida, pero parece que cuanto más se habla, más difícil es acoger al otro. Son muchos los episodios que se relatan cada día en las noticias −desgraciadamente, cada vez con menos respeto y discreción− donde la postura de encerrarse en uno mismo se combina con lo diferente que es el otro, lo cual provoca una evidente incapacidad de acogida, que a menudo explota en gestos de violencia que nos dejan sin palabras. Sin ir más lejos, también en nuestra casa o en el trabajo, en los demás y, especialmente, en nosotros mismos, podemos reconocer esta dificultad.

La experiencia de acoger y de ser acogidos es decisiva y acompaña cada instante de nuestra vida, desde el nacimiento hasta la madurez, la vejez y la vida después de la muerte. La propia naturaleza humana nos dice lo fundamental que es esta experiencia. Tanto es así, que una nueva vida nace de la acogida recíproca de los esposos. Lo cual indica que el hombre no puede vivir sin la experiencia de la acogida.

En la vida de fe, la acogida tiene un lugar decisivo. Jesús lo dice claramente cuando dice en el Evangelio que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él o el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado. Don Giussani dice que la primera necesidad de una persona es la de ser acogida.

¿Qué entendemos cuando hablamos de acogida, el hilo rojo que une las historias de estas páginas?

Hace unos años, cuando era seminarista, se me quedó grabada una frase que dijo don Massimo (cito de memoria): «Cuando una sola persona se une a nosotros, toda la Fraternidad cambia». En los años sucesivos, he descubierto la verdad de esta afirmación. Esto no quiere decir hacer un esfuerzo moralista que nos impone cambiar para acoger, sino todo lo contrario: acoger significa cambiar.

Todo ello sería imposible si no reconociéramos en la iniciativa de Dios para con nosotros

No puede haber acogida sin un continuo trabajo de conversión. No es algo que consigamos de una vez por todas, porque el otro, con su libertad, siempre es nuevo. La etimología de la palabra nos ayuda a entenderlo mejor: acoger viene de ad (hacia) y colligere (recoger), que a su vez deriva de con y legere: recoger, tomar juntos. Acoger significa abrirse a otro punto de vista con el que mirar la realidad para «recoger» juntos su significado. Es la invitación a una disponibilidad que nos mantiene jóvenes. Pero no solo se trata de esto.

Volviendo al Evangelio, vemos que los niños acogen el Reino de Dios, es decir, a Cristo mismo: [Él] tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos. El modo más verdadero de acoger es este, donarse, dejarse abrazar. Acoger al otro requiere el don de uno mismo, conlleva el ofrecimiento de nuestra experiencia, de nuestros juicios y pensamientos. Acogida y don de uno mismo son inseparables.

Todo ello sería imposible si no reconociéramos en primer lugar la iniciativa de Dios para con nosotros. Cada día Él nos acoge, se dona a nosotros, haciéndonos partícipes de Su vida. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se donan y reciben continuamente. Así, cuanto más vivimos y revivimos esta experiencia −incluso con las mismas personas de siempre−, más nos conformamos según la imagen y semejanza con la que fuimos creados. Cuando somos enviados de misión, el dar y el recibir se confunden, y, con frecuencia, como para los niños del Evangelio, recibimos el abrazo de Cristo al acoger a las personas a las que hemos sido enviados.

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