Contra la tragedia de la costumbre

La verdadera novedad es percibir al Misterio en todo. Una meditación sobre la contemplación y sobre cómo miramos la realidad.

El comienzo del año es siempre un momento que nos pone delante del misterio del paso del tiempo y de la época en que vivimos. No son tiempos fáciles, son tiempos de persecución del hombre. A veces se trata de hecho manifiestos como las guerras o atentados terroristas. Otras veces son actos más silenciosos o incluso disimulados de bondad y magnanimidad. En cualquier caso, se trata de acciones que hieren a la persona en los aspectos más esenciales de su humanidad: la libertad, la religiosidad, los afectos, la educación, la vida y la muerte. Al leer los periódicos, en el mejor de los casos, se experimenta una cierta impotencia, un dolor resignado que con el tiempo se convierte en lamento y pérdida de esperanza.

Hace poco volví a toparme con las palabras que Bruce Marshall pone en boca del protagonista de la famosa novela El mundo, la carne y el Padre Smith. Ante la situación verdaderamente preocupante de la Iglesia de su tiempo, exclama: «Si vienen los problemas, preservarán a nuestra religión de la ruina. Es una gran ventaja de la persecución: nos mantiene preparados. El verdadero enemigo de la Iglesia de Dios no es el odio, es la costumbre».

«El verdadero enemigo de la Iglesia de Dios no es el odio, es la costumbre»

Cuando leemos por enésima vez sobre los mismos conflictos o persecuciones, lo más tremendo es un cierto desinterés, el darnos cuenta de que nos hemos acostumbrado a esa situación. Pensándolo bien, esto no solo se aplica a los acontecimientos más llamativos, sino también y sobre todo a nuestra vida cotidiana. Un versículo del Apocalipsis dice: «Mira, hago nuevas todas las cosas». ¿Por qué nos cuesta tanto experimentar la novedad de la realidad? ¿Por qué lo que antes suscitaba en nosotros asombro, agradecimiento, dolor y rabia, con el tiempo se convierte en algo «normal» (cuando no aburrido)?

Creo que una de las razones es que ya no somos capaces de mirar lo que hay, hemos perdido la capacidad de contemplar. No pocas veces nos pasa que no somos capaces de acordarnos de cosas o de personas que acabamos de conocer, películas que hemos visto o libros que hemos leído. Quizá sea solo un problema de memoria. Sin embargo, creo que se trata más bien de un problema de «mirada». Vemos muchas fotos, escuchamos muchos podcasts, conocemos a mucha gente, pero todo se nos escapa, atrapados como estamos por lo siguiente que hay que hacer, por cumplir el schedule (¡que a menudo nos hemos impuesto nosotros mismos!), en el futuro que hay que vivir. Y así nos perdemos el presente.

La palabra «contemplar» procede del latín cum y templum, que significan «con» y «espacio del cielo» respectivamente. En la antigüedad, indicaba la actividad de observar el vuelo de los pájaros en un espacio circunscrito del cielo. Por tanto, indicaba elevar la mirada o, más precisamente, dejar que los ojos se adentraran en el horizonte.

Hoy más que nunca necesitamos saber acoger al otro en nuestro horizonte personal, acoger lo que vemos ante nosotros, ya sea un árbol, un cuadro o un rostro. Para ello necesitamos aprender a detenernos interiormente, a hacer silencio para poder escuchar verdaderamente al otro. ¿Cuántas veces en los Evangelios Jesús nos muestra esta mirada contemplativa sobre la realidad? Todos los que estaban con Él veían las mismas cosas o personas y, sin embargo, Él sabía señalar un aspecto que nadie más sabía ver. Pensemos en cómo contemplaba a la viuda que derramaba la ofrenda en el templo. O cómo admiraba la naturaleza en los lirios del campo.

¿Es posible para nosotros tener la misma mirada que Cristo? Sí, si tenemos la humildad de pedírselo y nos dejamos educar por la compañía humana a la que Él nos ha confiado. Exactamente como les ocurrió a sus discípulos mientras estaban con él.

El asombro surge de la contemplación, de mirar fijamente lo que hay para descubrir la novedad escondida en cada cosa

El asombro surge así de la contemplación, de mirar fijamente lo que hay para descubrir la novedad escondida en cada cosa. Una novedad que se llama Misterio. La mirada de Jesús es una mirada habitada por Otro, dijo una vez don Giussani. Así Él puede mirar la realidad como verdadero hombre, es decir, como hijo del Padre. Descubrir al Misterio en el otro es el modo más verdadero de mirar, un modo que lo convierte en sagrado, un modo de mirar del que nuestro tiempo tiene mucha necesidad. Solo Dios hecho hombre puede darnos esta mirada que nos arranca de la tragedia de la costumbre y nos hace capaces de encontrarLe en todo y en todos, como afirma C.S. Lewis en un hermoso pasaje: «Creo en el cristianismo del mismo modo que creo que ha salido el sol: no solo porque puedo verlo, sino porque a través de él puedo ver todas las demás cosas».

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