El camino corto hacia el Cielo

En Nochebuena el Papa abrió la Puerta Santa de la basílica de San Pedro, inaugurando el XXV Jubileo ordinario de la historia. En este artículo ofrecemos el camino recorrido que nos ha conducido hasta aquí.

Federici
El Papa Francisco abre la Puerta Santa de San Pedro (8 de diciembre de 2015).

«Ve a Roma, en cuyos caminos la sangre de los santos ha sido derramada y donde, por las indulgencias concedidas por los Pontífices, el camino hacia el Cielo es más corto». Siguiendo esta invitación de Cristo en una de sus Revelaciones, Santa Brígida emprendió el camino hacia Roma con ocasión del Jubileo de 1350. Con la proclamación del primer Año Santo, el Papa abrió «un camino más corto para ir al cielo». Fue Bonifacio VIII, cincuenta años antes, en 1300, quien la convocó mediante la bula Antiquorum habet fida relatio. Previamente, la indulgencia plenaria solo se concedía a los cruzados que iban a Tierra Santa y con motivo del Perdón de Asís. En realidad, Celestino V, el Papa de la «gran renuncia», la había concedido en 1294 a todos aquellos que fueran a Aquila el 29 de agosto, fiesta del martirio de san Juan Bautista y día de su coronación. Pero el Papa Caetani, retomando la tradición hebrea de los Años Santos, extendió la posibilidad a un año y la vinculó a la ciudad de Roma, subrayando así la universalidad y catolicidad de la concesión.

El año 1300 sería un año de especial perdón para todos los que, habiéndose arrepentido y confesado, visitaran las dos basílicas de San Pedro y San Pablo (treinta veces si eran romanos y quince, si venían de fuera). Asimismo, se estableció que el Año Santo se repetiría cada cien años. En el año 1350, Clemente VI, por petición de los romanos, redujo el tiempo de espera. Urbano VI lo restringió a 33 años, en memoria de la vida de Jesús. Por último, fue Pablo II quien dio un intervalo de 25 años, movido por el deseo de ofrecer a cada generación la posibilidad de adquirir la indulgencia plenaria. Así, a partir de 1475, los jubileos se sucedieron con regularidad cada cuarto de siglo. En el siglo XIX hubo una excepción, produciéndose un único Jubileo oficial en 1825 bajo el mandato de León XII, debido a los acontecimientos históricos del momento relacionados con el papado y el Estado de la Iglesia. Tras el exilio y la muerte de Pío VI en Valence, en 1800 la sede quedó vacante. En 1850 consolidada la República Romana, apenas hubo peregrinaciones en una Roma cuyo Papa permanecía encerrado en los Palacios Vaticanos tras la brecha de Porta Pía (1870).

El Año Santo responde a una profunda necesidad del corazón del hombre

Respecto al número de visitas a las basílicas elegidas, en 1350 Clemente VI añadió San Juan de Letrán y en 1373, Gregorio XI, Santa María Mayor. Para el Año Santo de 1900, León XIII redujo a un tercio el número de visitas y Pío XII en 1950 las trasladó a una sola por basílica. En 1975, Pablo VI estableció la visita de una sola Puerta Santa de alguna de las cuatro basílicas mayores de Roma.

Algunos Años Santos han dejado una huella profunda en la historia de la Iglesia. Por ejemplo, el Jubileo de 1950, en el que Pío XII proclamó el dogma de la Asunción al Cielo de María, o el de Benedicto XIV de 1750, centrado en la práctica devocional del Vía Crucis. Fue extendida por Fray Leonardo da Porto Maurizio, en quien el Papa había confiado la organización del Año Santo. El franciscano llenó Roma de imágenes de la Pasión de Cristo y al final del año jubileo introdujo la cruz en el centro del Coliseo y catorce capillas alrededor.

Hay que recordar que, junto a los Jubileos ordinarios, están los extraordinarios, promulgados por papas en circunstancias especiales, por determinadas necesidades o acontecimientos, que no se celebran con periodicidad o en un intervalo de tiempo fijado de antemano. Pueden durar unos pocos días (en general, quince) o todo un año, como sucedió en 1933, cuando tuvo lugar el Jubileo de la Redención convocado por el papa Pío XI, o en el 2015, con el Jubileo de la Misericordia, cincuenta años después del fin del Concilio Vaticano II. En esta ocasión se estableció la apertura de una Puerta Santa en cada diócesis. La historia muestra que la tradición de los jubileos no nace en los primeros siglos de la Iglesia, sino con la intuición de Bonifacio VIII, que canalizó el deseo de conversión y renovación de la christianitas de finales del siglo XIII. A pesar de todo, desde el principio tuvo un gran éxito. Se calcula que, en aquel fatídico año de 1300, acudieron a Roma en torno a dos millones de peregrinos. En los siglos siguientes la práctica devocional se fue consolidando. Esto se debe a que el Año Santo responde a una necesidad profunda del corazón del hombre, la necesidad de encontrar un lugar y un tiempo privilegiados donde la gracia, el perdón y la conversión puedan florecer con mayor facilidad. Expresa asimismo el método de Dios: la elección de un lugar y un momento para realizar Su obra en el mundo. Como hemos visto, Roma fue elegida precisamente albergar las huellas de la sangre de san Pedro y san Pablo.

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