Padre es aquel que te indica a Dios

«Amar al otro es querer lo que yo no puedo darle». Meditación sobre la paternidad a la que estamos llamados cada uno.

Copertina maggio giochi gs messico
Juegos durante una convivencia con bachilleres de México.

Tras la muerte del papa Francisco, hubo muchas reacciones a raíz de lo que había suscitado el difunto pontífice en todos aquellos que lo conocieron. Además de un afecto sincero, no faltaron las polémicas y los intentos de instrumentalizar la persona y las palabras de Bergoglio.

Pocos días después, con algunos hermanos tuve el privilegio de rezar unos minutos ante su tumba. Me impresionó el río de gente que iba pasando despidiéndose de él en unos segundos después de haber esperado horas de cola. El día del funeral también me impactó la cantidad de personalidades y autoridades procedentes de todo el mundo que se reunieron ante este hombre.

El camino de la vida cristiana consiste en resumidas cuentas en descubrir la paternidad de Dios.

Tuve la sensación de que el murmullo de antes y después del evento era la reacción de quien quiere tapar un gran silencio. El silencio que deja la voz de un padre que ya no está. Más allá de los juicios suscitados por su personalidad y su mandato, lo que emergió con potencia tras la muerte del papa es la ausencia de esta presencia paterna que cada pontífice asume en primera persona con la Iglesia y toda la humanidad. El papa, como todo padre, tiene un rol decisivo en la vida de los hijos. Está llamado a ser una puerta por la que cada persona se introduzca en la vida y en el mundo. Esto se hacía patente en las entrevistas a gente sintecho, a los «pobres» del papa, aunque no le vieran muy a menudo. Sin embargo, decían: «Nos quería, nos hacía sentir importantes, para nosotros era un padre».

¿Cuál es el bien que un padre puede transmitir a un hijo? Probablemente, entre tantos bienes que le puede ofrecer, hay uno esencial. La transmisión del amor, afirmar al otro como don. Como escuché decir a Mauro Giuseppe Lepori, abad general de la Orden Cisterciense, amar al otro es querer lo que yo no puedo darle. Es reconocer la propia impotencia ante la sed del infinito que es cada hombre.

Por ello, ser padre verdaderamente es por encima de todo ser signo, alguien que indica a Dios, al Único que puede realmente llenar nuestra existencia.

En su famoso diálogo con Giovanni Testori en El sentido de nacer, don Giussani decía: «no se puede dar a un ser humano el sentimiento de ser querido, no se puede dar a un hijo la percepción de que es querido, no se puede comunicar el sentido que tiene su haber nacido, si no se comunica la alegría de un destino»[1].

El padre no es aquel que lo sabe todo sino aquel que sabe a Quién preguntárselo todo.

Además del papa, cada sacerdote está llamado a ser padre. El sacerdote recibe, por su propia vocación, la tarea de ser la voz del Padre para el mundo y voz del mundo ante el Padre.

Para cada uno de nosotros, el camino de la vida cristiana consiste en resumidas cuentas en descubrir la paternidad de Dios. Este descubrimiento crece en función de la edad, de la fe, pero es siempre verdadero. Como me contaba un amigo: «todos mis hijos me llaman “papá”, aunque el más pequeño tiene una conciencia diferente respecto al mayor. No por ello es menos verdadero».

El reconocimiento de la paternidad de Dios se revela con el tiempo, y el camino para reconocerle como tal solo sucede a través de Cristo y su cuerpo, que es la Iglesia.

La misma misión de Jesús tuvo un único sentido, como testimonian las palabras del discurso que dirigió a sus discípulos: «Nadie va al padre sino por mí (Jn 14,6)»; «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17,3)».

En las páginas de este número de Fraternidad y Misión aparecen algunas historias de paternidad que muestran cómo nuestros sacerdotes han introducido a hombres y mujeres en la gran paternidad de Dios. Es una responsabilidad que da vértigo, pero al mismo tiempo es el camino por el cual nosotros, en primer lugar, nos vamos convirtiendo cada vez más en hijos Suyos.

Probablemente, cuando estas líneas se impriman, el Señor nos habrá donado la gracia de un nuevo papa. Más allá de cualquier otra consideración, damos gracias a Dios y rezamos por él, pues, como nos enseñó don Giussani, «en la Iglesia hay un solo garante último, el obispo de Roma, el papa».


[1] G. Testori, L. Giussani, El sentido de nacer, Encuentro, Madrid, p. 36.

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