¿Qué hace que la vida se vuelva fecunda?

El Adviento, una oportunidad para renovar nuestro «sí», para que la vida vuelva a florecer. Meditación de don Stefano Tenti, ecónomo general de la Fraternidad.

Copertina dicembre
Fiesta de Navidad de la misión de la Fraternidad San Carlos en Asunción (Paraguay).

Hace algunos años volví a nuestra casa general en Roma para desempeñar el cargo de ecónomo general. Tuve la oportunidad de pasar bastante tiempo frente al mosaico de nuestra capilla, donde se representan diferentes episodios de la historia de la salvación. Todos los personajes caminan sobre tierra hecha de arcilla, que contrasta con el brillo dorado del fondo. En el centro del mosaico se representa a la Virgen recibiendo el anuncio del ángel. Como todos los demás personajes, también los pies de la Virgen se apoyan sobre la tierra roja, sin embargo, la arcilla seca bajo sus pies está teñida de un verde floreciente. Lo que la Virgen toca, aunque sea solo con un pie, florece. El poder del fruto que nace en su vientre irradia vida y arrastra consigo todo lo que la rodea hacia una nueva primavera. El mundo que el pecado había convertido en un desierto vuelve a ser un jardín exuberante. ¿Podemos imaginar una vida humana más grande, más fecunda, más plena que la de la Virgen? ¿Cuál es el secreto de su fecundidad?

«Fecundidad» es una palabra inscrita en lo más profundo del ser humano. Deseo ser fecundo, quiero que mi vida, mi persona, mis acciones generen algo bello, que puedan construir algo grande. Cada vida está llamada a dar fruto. La misma palabra «felicidad» tiene en sí misma la raíz de la fertilidad, de generar, de dar a luz. Esto es cierto también a nivel natural, y lo notamos de manera dramática cuando esta experiencia se ve obstaculizada: ¡cuánto sufrimiento he encontrado en parejas que no podían tener hijos! Entonces, ¿cómo puede ser fecunda mi vida? ¿cómo puedo tener una vida feliz, realizada?

La grandeza de María reside precisamente aquí: aceptó con todo su ser una palabra que le anunciaba un cambio profundo.

A veces trato de imaginarme el misterio del momento en que el ángel se aparece ante la Virgen. Ese anuncio sin duda correspondió a un deseo que albergaba en su corazón devoto, pero también trastornó sus planes como prometida, como mujer de su tiempo, sus imágenes de maternidad. El mismo evangelista habla de la turbación de la Virgen. Se encontró en el umbral de un futuro cuyos límites no podía prever ni definir. La grandeza de María reside precisamente aquí: aceptó con todo su ser −hágase en mí (Lc 1, 38)− una palabra que le anunciaba un cambio profundo e imprevisible en toda su existencia. Y así floreció en su seno la carne de Dios. En esto encontró júbilo, fecundidad y paz: todas las generaciones me llamarán bienaventurada (Lc 1,48).

Hace poco leí esta frase en un libro del padre Mauro Lepori: «No hay nada ontológicamente más poderoso que el silencio que permite la voluntad del Padre. El sí de la Madre permitió todo el acontecimiento de Cristo». Entonces, ¿qué es lo que hace que mi vida sea fecunda? Mirando a María, comprendo que la respuesta no está en mis proyectos, en mis capacidades, en mis esfuerzos, ni siquiera en los dones que he recibido, sino en la pura disponibilidad a lo que Dios me pide ahora. Una disponibilidad sin reservas, capaz de consentir antes de calcular lo que Él me pide que deje, para poder acoger el acontecimiento de Cristo que quiere hacerse carne en mi historia. Por otra parte, lo que hoy hace bella mi vida simplemente me ha sucedido, no lo he realizado yo. Dios me ha dado la gracia de abrirme a la novedad que deseaba para mi vida y así he podido experimentar una paz que no viene del hecho de que todo cuadre, sino de la confianza en Otro que sabe cómo se realiza mi verdadero rostro.

Ha comenzado el Adviento, el tiempo litúrgico de la espera. La disponibilidad de María era una espera deseosa de recibir una Palabra. El Adviento es el tiempo en el que se renueva la espera de que el acontecimiento de Cristo se haga carne en nuestra existencia, que la arranque de su aridez y la haga fecunda más allá de toda expectativa; espera de ese Dios hecho hombre al que podemos volver a dar nuestro sí, dejando así que Él pueda hacer florecer de nuevo nuestra vida: «Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando; ¿no lo notáis?» (Is 43,19).

En este tiempo privilegiado, hagamos nuestra la jaculatoria que don Giussani nos enseñó: Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam. Donde se invoca al Espíritu y a la Virgen, Cristo renace, vuelve a suceder, triunfa en nuestra vida y en la del mundo, como en Nazaret en el seno de la Madre.

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