Cristiano, es decir, hombre vivo

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?». Meditación sobre la presencia de Cristo, hoy.

Pranzo durante la Colonia urbana nella parrocchia Beato Pedro Bonilli di Puente Alto, a Santiago del Cile.
Comida durante la Colonia urbana de la parroquia Beato Pedro Bonilli (Puente Alto, Santiago de Chile).

A principios de febrero pasamos una semana en Varigotti con algunos de nuestros sacerdotes más jóvenes. Invitamos a pasar una noche con nosotros a Antonio y Paola, padres de Marco Gallo, un chico que murió a los diecisiete años en un accidente y cuya causa de beatificación se está iniciando. La última mañana de su vida, antes ir en moto al colegio, Marco escribió en la pared de su habitación las palabras que escucharon las mujeres ante el sepulcro: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lc 24,5-6).

Cristo no está sepultado en la tumba o en los recuerdos, en la nostalgia de algo que ya no existe. Cristo está presente ahora, en las vidas de los que lo buscan y se dejan encontrar por Él. Cristo es el Hombre vivo. Esta expresión me recuerda la relación entre dos cosas diferentes entre sí que tengo grabados en mi memoria.

La primera tiene que ver con un hecho de un pueblo de Sicilia llamado Scicli. No conocía su existencia hasta que busqué el sentido de una canción de Vinicio Capossela que había escuchado hacía años y que su título era precisamente El hombre vivo. Descubrí que este conocido cantautor (nacido en Alemania, de padres irpinios y que vivió en Emilia) había escrito esta canción después de asistir a lo que acontece cada año en este pequeño pueblo siciliano en la mañana de Pascua.

Cristo está vivo en la existencia de hombres y mujeres que están vivos gracias al encuentro con Él.

Al finalizar la misa, un considerable grupo de hombres bien fornidos lleva a lo largo de una plaza la estatua de Jesús que ha sido venerada a lo largo de la Semana Santa en la iglesia parroquial. En cuanto la escultura de madera se presenta en la plaza atestada de gente que viene de todas partes de la isla, comienzan a tirar de un lado y del otro. Parece que la estatua tiembla, cambia de dirección de repente, se balancea peligrosamente y vuelve a ponerse en marcha en medio de una danza enloquecida, emocionante y aterradora al mismo tiempo. Este espectáculo pintoresco de devoción popular tiene un solo objetivo: afirmar delante del mundo que Ese hombre vive. Es un modo de decir que gracias a Cristo la muerte ya no da miedo. La resurrección de Cristo no la elimina, sino que la convierte en un paso que conduce a una nueva vida.

El hombre vivo también es el título de uno de los primeros libros que leí cuando era niño, escrito con su proverbial e irónica maestría por G. K. Chesterton. Desde entonces, no he dejado de citar la historia de su protagonista, Inocencio Smith, acusado de ser polígamo y hombre infiel, que seduce a las chicas para después abandonarlas tras unos meses de pasión; un hombre que siempre se enamora del mismo tipo de mujer, menuda, tímida y pelirroja. Hasta que por fin se descubre que, en realidad, la mujer es siempre la misma: es de ella de la que siempre se enamora, a la que corteja y conquista para poder prometerle, una y otra vez, eterna fidelidad.

La resurrección de Jesús no elimina la muerte, sino que la convierte en un paso que conduce a una nueva vida.

Inocencio Smith es el ejemplo de un hombre vivo porque está enamorado de la vida. Es la imagen del cristiano que se despierta cada mañana para descubrir en la realidad los signos del Amado, la presencia de Cristo resucitado.

La Pascua nos recuerda que Cristo está vivo. Vivo dentro de la Iglesia, en la existencia de hombres y mujeres que están vivos gracias al encuentro con Él y por el deseo de verle cada día.

Estos son los santos que debemos buscar, personas para las que su límite, el de los demás, el dolor y la muerte dejan de ser motivo de escándalo. Dice don Giussani que «lo que caracteriza a la figura del santo es un amor a la vida, pues para afirmar su propia vida no tiene necesidad de renegar de nada, ni siquiera de la muerte (…), pues la muerte ha sido redimida, es el paso a la vida».

Es ahí donde tenemos que buscar, como decía Marco Gallo, al Hombre vivo: en aquellos que se han enamorado de Cristo hasta dar la vida por Él.

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