Todo lo humano ha sido exaltado

La salvación pasa a través de cada fragmento de nuestra existencia, si la vivimos en unidad con Cristo.

Silanos Maria Immaculada Mexico

Preparativos para la fiesta patronal de la parroquia María Inmaculada (Ciudad de México).

Había mucha gente, hace veinte años, aquel día frío y lluvioso de febrero en el duomo de Milán y en la plaza con ocasión de su funeral. Hombres, mujeres, jóvenes y no tan jóvenes que habían aprendido de don Giussani a reconocer en el encuentro con Cristo el origen de un nuevo modo de vivir, la roca en la que apoyarse donde el propio mal y el de los demás no tuviesen la última palabra sobre la existencia. Yo también estaba ahí, joven cura ordenado pocos meses antes, agradeciendo a Dios el don de aquel hombre que me había transmitido que la vida, donaba por un ideal grande, merecía la pena de ser vivida. Como dijo el cardenal Ratzinger aquel día: «Don Giussani realmente no buscaba para sí la vida, sino que dio su vida; precisamente de este modo encontró la vida, no sólo para sí, sino también para muchos otros». La primera manera que tuvo de dar su vida fue entregarla para que todos pudieran conocer su sentido.

Karl Adam, teólogo alemán del siglo XX, a quien don Giussani conocía bien, afirma en las primeras páginas de su obra más conocida que lo que hace único al cristianismo entre todas las experiencias religiosas es que la salvación sucede a través de la humanidad de Cristo. La grandeza, la unidad del acontecimiento cristiano en la historia consiste en el hecho de que el Padre salva al hombre a través de la humanidad del Hijo hecho carne.

Al introducirse en la vida de Cristo es posible conocer y gozar de cada fragmento de la realidad.

En un instante, ha borrado la distancia inconmensurable que lo separaba de nosotros. En ese momento, todo lo que era humano no solo fue redimido y purificado, sino que fue exaltado. Al hacerse hombre, Dios desvela al hombre su grandeza. Cada pequeño aspecto de nuestra humanidad, abrazado y comprendido por la potencia salvífica de Jesús, resplandece con una luz nueva y positiva.

A lo largo de su vida, el Siervo de Dios don Luigi Giussani se dio para que Cristo fuese conocido y amado en su excepcionalidad, que es precisamente la unidad, en Él, de lo divino y lo humano. Mediante la identificación con su humanidad, nunca dejó de comunicar a las personas con las que se encontraba −comenzando con sus alumnos del colegio− que Jesús de Nazaret representa el ideal encarnado del hombre realizado plenamente y que, al participar de su vida a través de los sacramentos y la Iglesia, es posible que cada uno de nosotros conozca y guste, de un modo cien veces más potente y verdadero, cada fragmento de la realidad.

El hecho de que Dios salve a través de la humanidad de Su Hijo, implica que toda la realidad puede convertirse en instrumento bueno de nuestro cumplimiento, que todo lo que vemos, tocamos y gustamos adquiere un nuevo significado, por el cual merece la pena estudiar, trabajar, casarse y tener hijos; que la salvación pasa a través de cada fragmento de nuestra existencia vivido en la unidad con Él.

Don Giussani realmente no buscaba para sí la vida, sino que dio su vida; precisamente de este modo encontró la vida, no sólo para sí, sino también para muchos otros. 

Por ello, Giussani siempre quiso educar a quien lo seguía en una implicación en toda la realidad, sin censurar ningún aspecto: desde el colegio hasta la política, del estudio al ocio, al arte y la literatura. Todo se puede y debe ser vivido a la luz del encuentro con la humanidad de Cristo, que ha dejado una huella en la historia del mundo, no solo a través de los Evangelios, sino también en la obra de aquellos que se han visto imantados por el encuentro con Él, que se han dejado moldear por el Espíritu Santo, una energía capaz de transformar la mente y el corazón.

He aquí el origen y el fundamento de la misión. Dice Giussani:«este es el método con el que Aquel hombre, Dios hecho carne, se dilata en el tiempo y en el espacio, permaneciendo presente en cada momento del tiempo y del espacio: a través de los hombres que el Padre le ha puesto en sus manos o que Él elige. El hombre que ha sido bautizado, que ha sido llamado, nosotros».

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