Nací en 1988 en Gualdo Tadino, en Umbría, en el seno de una familia católica del movimiento de Comunión y Liberación. Crecí con mi hermano Luca, un año más pequeño que yo. Estoy agradecido a mis padres, que nos han querido mucho y nos han trasmitido la fe desde pequeños.
Recuerdo que desde siempre he tenido relación con Dios, con el que hablaba como si fuese un amigo. Pero, al crecer, esta fe poco a poco se fue enfriando. Dios cada vez parecía más alejado de las cosas que me gustaban. El encuentro con GS, el grupo juvenil de CL, volvió a avivar esta relación. Me invitaron a las vacaciones de verano y a otros encuentros. Cada vez que iba, experimentaba una libertad y plenitud que no vivía en cualquier otro lugar. Sentía que podía ser yo mismo hasta el final, y poco a poco fui descubriendo que el secreto de todo ello era la fe. En el centro de esta amistad estaba el rostro de Jesús y, especialmente, en los rostros de esta compañía. Tenía 17 años y este encuentro invadió mi vida.
En ese momento pensé por primera vez en el sacerdocio. Durante la homilía de una misa en mi parroquia, me imaginé en el lugar del sacerdote. Volví a mi casa en coche y me vino la sospecha de que no había sido casualidad. Recuerdo que le pregunté a mi madre: «¿Y si Dios me llamase a ser cura? ¡Yo no quiero!». Mi madre, iluminada por el Espíritu Santo, solo me respondió: «¿Y crees que Dios te va a pedir algo en contra de tu felicidad?». No lo pensé más. Empecé la universidad en Perugia, donde estudié Física y donde mi fe fue profundizándose a través de la vida del CLU, la compañía de los universitarios del movimiento. Me enamoré de una chica, pero no era correspondido. Esta herida me puso en el corazón la siguiente pregunta: «¿Realmente uno puede apostarlo todo por ti, Jesús?». A partir de esta pregunta nacieron amistades muy significativas que aún me acompañan, con jóvenes que, por caminos diferentes, habían empezado como yo a apostarlo todo por Cristo.
«¿Y crees que Dios te va a pedir algo en contra de tu felicidad?»
Al final de la universidad, sucedió el hecho decisivo. Estaba saliendo con una chica que me gustaba y a la que quería, pero no estaba tranquilo y no entendía por qué. Uno de estos amigos me dijo que había tenido la preciosa idea de darle toda la vida a Jesús y que también existía ese camino. Recuerdo que, como una exhalación, me vino este pensamiento a la mente: «Por eso yo no estoy tranquilo. Yo también podría darte la vida…¡siendo sacerdote!». Al principio, me lo tomé mal y seguí con la chica con la que salía, pero nunca estaba en paz, y al final lo dejamos. Desde ese momento, empecé a ir a misa todos los días porque necesitaba entender. Igualmente, sin estar satisfecho, pensé que quizá el deseo de darle toda la vida a Jesús era fruto de la compañía de la que me había rodeado. De modo que me fui a España, a Salamanca, para hacer un doctorado en Física. Fueron años de lucha, en los que vivía con un pie en el mundo que no conseguía dejar y otro con Jesús, al que no quería abandonar. No pensaba que la intuición no era verdadera, pero me repetía: «Ahora no, más tarde». Sin embargo, a medida que ignoraba esta invitación, las cosas iban perdiendo su gusto.
Al terminar el doctorado, este pensamiento se fue volviendo cada vez más fuerte y concreto, tanto que al final me dije: «Es ahora o nunca». Dios me tendió la mano a través de Tommaso Pedroli, sacerdote de la Fraternidad San Carlos en Madrid, donde un día me invitó a comer. Aproveché la ocasión y le conté todo. Comencé un camino de verificación que me condujo hasta Roma, donde me acogió Francesco Ferrari el cual, junto con tantos otros hermanos, me ayudó a entender y sobre todo a experimentar la alegría y la leticia de responder por fin al Señor mi «sí, aquí estoy».