El campanario de San Marcos

La vida en la comunidad parroquial de Pantan Monastero, a las afueras de Roma.

Barbero parrocchia

Hace aproximadamente un año, el obispo mons. Gianrico Ruzza me pidió ser el párroco en la parroquia de San Marcos y Pío X, donde ya era vicario. Se encuentra en Pantan Monastero, a las afueras de Roma, casi a dos kilómetros de la Casa de formación de nuestra Fraternidad. Fue fundada en el siglo pasado, por emigrantes del Véneto que llegaron para asentarse en la zona. Su huella se observa en la arquitectura de la iglesia, especialmente en el campanario adyacente a la iglesia. Es un estilo que me es familiar, puesto que mi madre viene de la misma zona del Véneto, en la provincia de Trevisto. Desde pequeño he visto muchas veces este tipo de campanarios.

Puesto que he sido vicario de la parroquia desde el 2020, ya conocía a la comunidad de Pantan Monastero. Conocía sus puntos fuertes, el precioso trabajo de los sacerdotes que me han precedido y el servicio incansable del párroco anterior. Don Gustavo Cece dejó claramente una huella en la comunidad y dejó en herencia el magnífico mosaico de Cristo Pantocrátor del ábside, que él mismo sufragó. Murió exactamente el día en que terminó la obra del mosaico, símbolo de su huella eterna en esta comunidad.

El Señor ha marcado el principio de mi vida en la parroquia con algunas muertes que me han puesto inmediatamente delante una de las cosas más importantes del mundo de hoy: la necesidad de dar vida a las palabras de la fe sobre la vida eterna. Son palabras que a menudo se olvidan, como si fueran tabú. Se habla poco de la vida eterna, y así la vida terrenal pierde el único horizonte que hace justicia al profundo deseo de nuestro corazón. Pero el Señor, antes o después, llama a la puerta de cada uno de nosotros, y solo a la luz de la fe el misterio de la muerte cobra sentido.

Solo a la luz de la fe el misterio de la muerte cobra sentido.

En este tiempo me acompaña una frase de San Bernardo: «Verlo todo, soportar mucho, cambiar una sola cosa cada vez». El cambio más significativo que he introducido es el «SabatOratorio», donde invito a todos los chicos y chicas de catequesis a pasar una tarde en la parroquia conmigo y el resto de catequistas. La propuesta se basa en tres gestos: oración, cantos y juegos. Al empezar el año, fuimos de peregrinación a Asís a venerar al beato Carlo Acutis.

El «SabatOratorio» se está convirtiendo en un momento muy significativo para los niños y jóvenes de catequesis. Uno de ellos me dijo: «¡He esperado tanto para que llegara este momento!».

La conversación con ellos siempre me sorprende. Un sábado, hablando sobre la conversión de San Pablo, que de perseguidor del cristianismo pasó a ser su gran evangelizador, un niño dijo delante de todos: «Si Jesús no estuviera, no sabríamos nada de Dios». Gracias a este pequeño a través del cual el Espíritu habló, pude predicar mejor la misa dominical de esa semana.

Otro ámbito de gran importancia de la parroquia es el Banco de alimentos, que ayuda a numerosas familias y personas con dificultades económicas. Además de distribuir alimentos, con la llegada del frío, se pensó en darles comida caliente, y así poder acogerles mejor. Siempre es ocasión de conocer situaciones difíciles donde, además de la ayuda material, se necesita la cercanía de un trato humano.

Cuando voy a la iglesia, miro el mosaico absidial, observo a Cristo, que sostiene en una mano el libro con la frase inscrita Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, y me repito siempre que el fin de la parroquia es vivir por el amor de ese rostro, para que cada vez sea más conocido y amado. Pido para que se convierta en lo más querido que tenemos, pues es el rostro de Aquel que custodia para toda la eternidad las personas a las que amamos.

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