25 años en el Centro

Hace 25 años la Diócesis de Roma confió a la Fraternidad San Carlos el centro juvenil de Colle Oppio. En este artículo rememoramos la historia de estos años.

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En las imágenes: momentos de fiesta, música y cultura en el centro juvenil.

A la mayoría de turistas y peregrinos les sigue asombrando pasear por Roma. Aunque las guías turísticas apenas lo mencionan, muchas de las grandes obras de arte −desde el Ponte Sisto a la Escalinata de la Plaza de España− se realizaron o fueron inauguradas en Años Santos, desde el 1300 hasta hoy. A pesar de ser una obra menor, en el Jubileo del año 2000, durante el mes de mayo, la Diócesis de Roma confió a la Fraternidad San Carlos el centro juvenil de Colle Oppio, que este año cumple 25 años de actividad. Sergio Ghio, fundador y fiel emprendedor de esta realidad, presente desde el inicios, explica: «Fue Luigi Moretti, entonces obispo auxiliar del sector centro de la Diócesis de Roma, quien nos indicó el centro juvenil. Era un oratorio histórico que había quedado abandonado, tanto como edificio como propuesta educativa. Para nosotros, desde el principio fue un lugar especialmente interesante y significativo.

«El centro es el rostro de mis amigos. Aquí es donde me encuentro con ellos»

De hecho, las fotografías del estado en que se encontraba el «Oratorio Sebastiani» (nombre que aún aparece grabado en sus paredes) dan una idea de la prodigiosa recuperación de esta realidad, pero Sergio no se detiene en ello. Prefiere subrayar el hecho de que la Diócesis en ese momento, guiada por el cardenal vicario Camillo Ruini, confiara en un grupo de bachilleres que habían empezado a verse regularmente, a acompañarse y a proponer momentos comunes, como el Raggio. Hubo una apuesta a la grande por este grupo de jóvenes. La restauración, los trabajos manuales, la solidaridad no habrían servido de nada sin este fervor de vida. «Empezamos con este grupo de diez jóvenes a vernos cotidianamente, en estos locales en Vía delle Sette Sale. Fuimos ordenando y transformando este lugar para que fuese cada vez más nuestro, sin cálculos, de un modo inesperado. Después de 25 años hay que reconocer con humildad que ha crecido la conciencia de lo que es este lugar y el número de personas que acuden a él. A algunos les ha cambiado literalmente la vida».

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25 años son muchos, es un cuarto de siglo. Muchos adultos han ayudado a don Sergio a darle vida a este lugar. Stefano Alessandrini, presidente de la Asociación y colaborador en su promoción social, dice así: «Conocí el Centro cuando mi hija mayor, al llegar a secundaria, empezó a asistir. Me involucré sin pensarlo mucho, viendo que era un bien para ella −más tarde lo sería para sus hermanos− y que podía serlo para mí. Intenté ayudar de alguna manera para construir este lugar. Nació la amistad con don Sergio y otros adultos, lo cual hizo que me fuera implicando cada vez más. Una propuesta intensa, vivida y para el mundo. Somos poca cosa en comparación con toda la ciudad de Roma y la vida de la Iglesia, pero formamos parte de ella y estamos absolutamente dentro de ella. En un mundo donde cada vez es más difícil tener experiencia de una comunidad a la que pertenecer (tanto cristiana como civil), nuestra realidad puede considerarse, sin presunciones, un ejemplo de educación en la fe factible y real. Angelo Rinaldi, excelente periodista y diseñador gráfico, añade: «El centro es el rostro de mis amigos. Aquí es donde me encuentro con ellos y aquí es donde ha crecido nuestra compañía. La sencillez de los gestos y el compartir distintas necesidades han educado y enriquecido mi vida y mi fe. El Centro ha seguido siendo un punto de apoyo».

Estar, quedarse. Historias de adultos, «llevados» por los hijos al centro y quedándose incluso cuando éstos se van, que se casan, cambian de ciudad, entran en el convento o en la misma Fraternidad San Carlos. Alessandra Pizzi, organizadora del trabajo de las madres en la cocina, dice: «La experiencia del Centro, compartir la vida en distintos ámbitos, desde la educación de los hijos hasta el testimonio de la fe, me ha permitido entender más que la vida es una tarea que pide ser ofrecida con gratuidad. Todo el desarrollo de la vida puede darse en un lugar como este, que es una casa, el punto afectivo y educativo que permite a cada uno, y a todos juntos, ser acompañados y sostenidos en el camino».

Tres años después del inicio, la Diócesis confió a don Sergio Ghio y a la Fraternidad San Carlos la parroquia de la Navicella, la preciosa iglesia de Santa María in Domnica, en la zona del Coliseo, cercana al centro. Explica don Sergio: «Fue entonces cuando tuvimos la necesidad de entender cómo plasmar la vida diaria de una parroquia con todas sus actividades, teniendo en cuenta la especificidad de nuestro carisma y de nuestra historia. Y así, se pensó proponer a los niños de primaria una experiencia análoga a la que ofrecíamos a los chicos de secundaria y bachillerato».

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La estructura de la propuesta es sencilla: cada día, a partir de las 14:30 hasta las 18:30 el Centro está abierto para todos los niños y jóvenes que quieran ir a estudiar o simplemente estar. Los viernes por la tarde se hace el «Raggio», un momento de conversación el que se trata una pregunta o tema a la luz de uno de los textos de Luigi Giussani, donde se invita a los chicos a compararlo con su vida, su cotidianidad, lo que perciben y lo que sucede en el mundo. El sábado es el día de «Le Stelle di San Lorenzo» (propuesta para los niños de primaria) y de «La Barca di Pietro» (para niños de 6º de primaria y 1º a 2º de la ESO). El vicario de Navicella, Paolo Di Gennaro explica: «Yo he vuelto a este lugar, donde ya estuve hace diecisiete años de seminarista, con «La Barca di Pietro». Ahora he vuelto y me he encontrado con una realidad familiar, he vuelto a encontrarme con tantos amigos y personas que conocía, que han crecido, han formado una familia, gente que se ha quedado y ha seguido con esta aventura. También ahora he conocido a muchas personas, signo de que, en estos años, la comunidad ha crecido y ha llegado a muchos. Andrea La Piana, diácono que pronto será ordenado, también está involucrado en estas dos iniciativas junto con algunos seminaristas de la Fraternidad San Carlos. Andrea comenta: «Es bonito que haya tantos niños y chavales en el Centro. A partir de ahora seguiré estando con ellos y durante la semana también estaré con los mayores de secundaria y bachillerato». Ana Amoroso, veterana de «Le Stelle di San Lorenzo», junto con sor Giulia Parete y Laura Rodella (Misioneras de San Carlos) y otros dos adultos, Patrizia Campomaggiore y Jacopo Bernabei, cuenta: «Conocí a don Sergio en el 2000, cuando le ofrecieron el espacio del Centro, que está justo detrás de mi casa. Era un lugar donde mis hijos mayores podían compartir con otros chicos de su edad la vida cristiana. Después se convirtió en una propuesta para mí, sobre todo la Navicella y «Le Stelle di San Lorenzo».

«Un lugar como este, que es una casa, el punto afectivo y educativo»

En los últimos años ha surgido otra iniciativa: la cena de las familias. Los padres de los niños y chicos que acuden a las actividades se juntan el sábado por la noche y cenan juntos. No es raro que, en la misma tarde del sábado, mientras los niños están en sus respectivos encuentros, se propongan encuentros culturales para los adultos. Por ejemplo, la serie de charlas bajo el título «La tarea de educar», a las que se invitó a expertos y gente del mundo de la enseñanza a hablar sobre la responsabilidad educativa. Con los años, por el Centro han pasado personalidades públicas, escritores, artistas, profesores o voluntarios y muchos a los que les ha marcado esta realidad. Desde Luigi Ballerini a Franco Nembrini, Mauro Magatti, Eraldo Affinati, Mario Calabresi, Andrea Monda, Wael Farouk o Gigi De Palo, entre otros. También dentro del ámbito eclesial, muchos se han hecho amigos del Centro. Empezando por el cardenal Matteo Zuppi, hasta el obispo católico de Moscú, Paolo Pezzi. Concluye Sergio Ghio: «En su sencillez, una experiencia como la del Centro permite comprender la propuesta cristiana. Es lo que el Santo Padre Francisco llamaba una “Iglesia en salida”, la posibilidad de tener un lugar firme, sólido, que amplíe cada vez más el horizonte de cada uno y nos permita ir al mundo, cada vez más ciertos».

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