Café y campo de fútbol

Los martes en la parroquia de la Magliana: encuentros y testimonios en “uno de los días más bonitos de la semana”.

Jerry caffe
Don Gerry McCharty en el “café en compañía” en la parroquia de la Magliana.

En septiembre empecé a vivir en nuestra parroquia de la Magliana, al sur de Roma. En el tiempo que llevo aquí, el martes es uno de los días más bonitos de la semana. Empieza como el resto de días: rezo de laudes juntos, adoración, oración personal y Santa Misa. Este tiempo no es accesorio, sino un momento esencial para rogar a Cristo que se sirva de mí cuando me encuentro con las personas a las que somos enviados.

Paso la mañana con don Gerry. Vive en la Magliana desde hace veinticinco años y tiene Parkinson. Mirándole, hay muchas cosas que me impresionan. En primer lugar, la humildad que tiene para pedir ayuda al prepararse para salir de casa hacia el oratorio. Además, me conmueve cómo vive la enfermedad. Muchas veces dice que lo que cuesta tiene sentido si lo vive como ofrecimiento por las personas del barrio por las que ha dado la vida.

Concretamente, ayudo a don Gerry con el “Café en compañía”. Es una propuesta dirigida a los ancianos de la zona. Desayunamos juntos y después hacemos una lectio divina: durante una semana cada uno reza y medita un pasaje del Evangelio y el martes nos contamos qué ha suscitado en nosotros y qué tiene que ver con nuestra vida.

Queda una gran cuestión abierta que no pueden ignorar fácilmente.

Es precioso ver la pasión con la que comparten sus descubrimientos y la amistad que está naciendo entre ellos. Muchas veces se ven para ayudarse a preparar este momento semanal y ahora han empezado a acompañarse los unos a los otros en las distintas visitas al médico.

Después de los ancianos, los jóvenes. Don Paolo, el párroco, me pidió ir por las tardes a nuestro campo de fútbol para estar con los chicos que van ahí a jugar. Organizo los partidos de fútbol y juego cuando van los más mayores. Hablo mucho con ellos entre partido y partido. Tienen muchísimas preguntas. La pregunta que más me han hecho este año −y que no me esperaba− ha sido esta: «¿Tú haces el amor?». No siempre la expresan con esta delicadeza, sino con la riqueza y colorido del dialecto romano. Para estos chicos es absurdo que un hombre de veintiséis años escoja una vida de castidad. Muchas veces, me lo preguntan provocándome, pero para mí es una gran ayuda porque me obliga a recuperar las razones de mi elección. Cuando les hablo, ellos entienden que en la castidad hay un aspecto de sacrificio, pero que soy feliz dándome por entero a Dios y respondiendo a su amor. Durante este año, estoy descubriendo la fuerza del testimonio de una vida virginal en el mundo de hoy. No es que ahora ellos compartan mi modo de vida, pero les queda como una gran cuestión abierta que no pueden ignorar fácilmente.

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