Caminando hacia Pedro

Peregrinar implica un recorrido interior, volver a lo que es esencial. El camino desde Orvieto hasta Roma con un grupo de jóvenes.

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Jóvenes de la parroquia de Bad Godesberg caminando por el campo (Italia).

Me parece que nunca estoy preparado para los pasos que el Señor me pide, para sobrellevar las fatigas con paciencia o para las fechas límite que llegan. La peregrinación es una escuela que ayuda a crecer en la certeza de la cercanía de Dios y de su fidelidad al designio bueno que ha preparado para mi vida. Vuestros caminos no son mis caminos, dice el libro de Isaías.

Cada año, durante las vacaciones de otoño, organizamos una peregrinación para chicos de secundaria y bachillerato cercanos a nuestra parroquia de Bad Godesberg (Bonn). Davide y yo preparamos las etapas, contactamos con los alojamientos y buscamos lugares donde celebrar la misa a lo largo del recorrido. El día de la partida, a pesar de todo, aparecen las dudas: ¿Conseguirán caminar 30 kilómetros con 800 metros de desnivel? ¿Llegaremos a tiempo al fin de cada etapa para preparar la cena? ¿Quién irá a hacer la compra? ¿Y si llueve durante toda la semana? La oración de los días antes del viaje es que pueda suceder algo que toque los corazones de los chicos y convierta de nuevo el nuestro.

Este año elegimos un recorrido de 160 kilómetros para recorrerlo en siete días. Éramos veintisiete peregrinos en total, entre los que estaban Rebecca, evangélica, y Fátima, musulmana. Aterrizamos en Bolonia, donde algunos jóvenes de GS nos esperaban para enseñarnos la ciudad y pasar la noche cantando y tomando pizza juntos. A los jóvenes italianos les sorprendió ver que gente de su edad iba a pasar las vacaciones haciendo una larga peregrinación a pie. Por otro lado, a los alemanes les asombró la acogida gratuita de personas a las que nunca habían visto antes.

Nuestro camino comenzó delante de la catedral de Orvieto. Con las mochilas a la espalda, la meta era la tumba de San Pedro, en Roma. Etapa tras etapa, revivimos la historia de este hombre que combatió entre las dudas y la fe, un hombre valiente y, sobre todo, enamorado de Cristo.

Los primeros días siempre son los más cansados; hace falta derribar todas las resistencias del corazón y del cuerpo. Nada más llegar a la primera subida, Fátima empezó a quejarse, quería quedarse ahí. Paso a paso, llegamos hasta arriba. ¿No es esto lo que Dios hace con nosotros cuando los desafíos del día nos parecen demasiados?

¿No es esto lo que Dios hace con nosotros cuando los desafíos del día nos parecen demasiados?

Pero los obstáculos más graves son los del corazón. Johanna siempre quiere ser preferida y que la acojan, pero es muy instintiva en las relaciones y los demás la dejaban de lado. La situación se volvió insoportable y Johanna nos pidió volver a casa. Entonces, Davide habló con todos y desafió a cada uno a ser responsable. Sin perdón, decía, uno no puede caminar. Johanna decidió quedarse y los otros, dejando a un lado los prejuicios, volvieron a acercarse a ella. ¿Acaso no estamos llamados a volver a empezar siempre, con las personas a las que herimos y con las que nos hieren?

Una de las etapas terminaba en el monasterio trapense de Vitorchiano. Sor Michela, a la que conozco desde el colegio, nos contó junto con otra hermana el recorrido de su vocación. A pesar del cansancio, a los chicos les impresionó mucho. ¿Cómo es posible que existan hoy mujeres jóvenes felices, encerradas entre los muros de un monasterio? Son libres sencillamente porque dan su vida a Cristo.

Después de la cena, rezamos Completas con ellas y terminaron con el canto del Salve Regina a oscuras, solo se veía la imagen de la Virgen iluminada. Algunas chicas lloraron. Al salir de la iglesia, me puse a tararear la melodía que habíamos escuchado. Rebecca me paró y, tajante, me pidió que pasarse porque no podía contener las lágrimas.

Me doy cuenta de que he escrito demasiado, pero solo voy por el tercer día. Tendría muchas más cosas que contar. Comparto lo que más me impresionó de la peregrinación. Al estar con los jóvenes, aprendiendo a rezar, compartiéndolo todo, hasta las pequeñas cosas, la relación personal con Dios y entre nosotros cada vez se simplificaba más, se volvía más esencial.

Lo que le sucedió a Pedro, se fue volviendo cada vez más nuestro. Al llegar a la tumba, cada uno pudo repetir con alegría y conmoción: «Señor, tú lo sabes todo. ¡Tú sabes que te quiero!».

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