Corazones mendigos de Cristo

Corazones jóvenes con grandes preguntas. Testimonio desde vía Aurelia Antica.

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Momento de descanso durante una convivencia en la Casa de formación de las Misioneras de San Carlos.

El que diga que los jóvenes de hoy son perezosos y ya no se mueven, no sabe que a principios de este año a nuestra casa de formación fueron llamando siete grupos de universitarios. Nos pedían pasar tiempo con nosotras. Algunas chicas ya habían venido varias veces, desde sus tiempos de instituto, para participar en las convivencias que ofrecemos a los jóvenes de secundaria y bachillerato. Luego volvieron trayendo amigas. Otros, como Alessandro, Francesco y María, se tomaron en serio la invitación que les había hecho sor Teresa en el stand del Meeting y vinieron a vernos, sin saber nada de nosotros y de nuestra vida. Este año nos han propuesto a sor Teresa, sor Alina y a mí acompañar a los jóvenes. Les hacemos una propuesta sencilla pero intensa: estudio juntos, oración, posibilidad de confesarse, trabajos manuales y encuentros o películas sobre algún tema. Un lugar donde pueden hacer todas las preguntas que tengan, sin tener que censurar nada.

«¿Cómo incide en mi vida el hecho de que Jesús haya muerto en la cruz por mí?»

Después de uno o dos días de adhesión a esta propuesta, vimos que algunos de ellos se abrían del todo. Las preguntas que emergían nos impresionaban por su sinceridad y urgencia. Preguntas como estas: «A veces dudo de que Dios exista realmente. ¿Qué puedo hacer?»; «¿por qué tengo que acercarme a los sacramentos o rezar si no siento nada?»; «¿cómo incide en mi vida el hecho de que Jesús haya muerto en la cruz por mí?»; «¿cómo podéis decir que Dios está, delante del sufrimiento y la muerte?»; «¿Soy solo yo que tengo necesidad de Jesús o él también, de alguna manera, me necesita?»; «¿es verdad que Dios quiere cada vida que viene al mundo?». No nos hacen estas preguntas para provocarnos. Son preguntas que les pesan en el corazón, normalmente sepultado por mil distracciones. Escuchan nuestras respuestas y las toman en serio, y dejan que emerja una gran sed de verdad, de oír hablar de Jesús.

Lo que habla de Cristo resucitado es, sobre todo, la vida que compartimos, intensa, pero también muy normal. Son muchos detalles cotidianos los que reflejan su amor, el amor que necesitamos experimentar y tocar con la mano. Es la alegría que se convierte en canto mientras limpiamos el porche de nuestra casa; la prisa en salir a las nueve de la mañana para quitar las malas hierbas del jardín; el deseo de terminar un trabajo empezado, aunque cueste; experimentar la libertad al limitar el uso del móvil, hasta tomar la decisión de hacer lo mismo en casa; la decisión de confesarse y recibir la Eucaristía después de años de distancia de los sacramentos. Cuanto más difícil se hace para un joven vivir la fe en el mundo de hoy, más van estos jóvenes en busca de una propuesta alta, concreta y guiada de vida cristiana. A nosotros nos da la gracia el Señor de repetir las famosas palabras de don Giussani: «El verdadero protagonista de la historia es el mendigo: Cristo mendigo del corazón del hombre y el corazón del hombre mendigo de Cristo».

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